Mujeres cafeteras cuidan el agua para frenar la violencia

Preservación de cuencas hídricas les da recursos a campesinas para combatir maltrato intrafamiliar.

José Felipe Sarmiento Abella

Si algo malo tiene la cultura del café, es que todavía da pie para que muchas mujeres sean maltratadas en las fincas por sus parejas.

“En el campo se ve mucho que los hombres son los que manejan el dinero y las mujeres se quedan encerradas en la casa y, en muchos casos, los maridos toman mucho y luego les pegan”, dice Patricia Campuzano, presidenta de Alma Verde, un grupo de 25 cafeteras de Neira (Caldas).

Esta asociación empezó a trabajar en 2012, con el propósito de empoderar a las víctimas de estas formas de maltrato y, al mismo tiempo, combatir el cambio climático por medio de su trabajo.

“Al principio se les daban capacitaciones para subir su autoestima –cuenta Campuzano–. Luego, cuando uno ya se ama y se quiere, es más fácil hacerlo con el medio ambiente”. Es por eso que, desde entonces, han sembrado 14.000 árboles nativos en cuatro cuencas hídricas del municipio.

Empezaron con fresnos, guayacanes y nogales. Ahora, cuando están a punto de empezar labores en otras ocho poblaciones del departamento, donde otras 200 mujeres quieren seguir su ejemplo, han aprendido sobre especies amenazadas, como el encenillo o el guamo, y les darán más prioridad de ahora en adelante.

La Fundación Ecológica Cafetera en Caldas, aliada con entidades estatales y el programa Ecoaguas, les brinda asesorías técnicas, acompañamiento psicológico y les paga a las mujeres por la siembra de árboles.

Según María Amparo Jaramillo, que no solo hace parte de Alma Verde sino también de la junta directiva de la Cooperativa de Caficultores de Neira, este ha sido “un bello negocio” para las voluntarias.

Porque, si bien es cierto que las mujeres trabajan a la par con los hombres en las fincas cuando hay cosecha de café, esta campesina de alma y corazón –como se define–, de uñas desgastadas por le edad y el trabajo de la tierra, recuerda que “mientras la mujer rural no tenga sus propios ingresos, no habrá equidad de género en el campo”.

Jaramillo afirma que, a lo largo de la historia, el Estado ha tenido desamparadas a las campesinas, pero Alma Verde les ha dado la oportunidad de hacer parte del país porque son constrictoras de paz. “Es que la paz no se negocia sino que se construye en donde siempre ha sido la guerra: en el campo”.

Entre las participantes hay mujeres de todas las edades y condiciones socioeconómicas. La más entusiasta –dicen– se llama Rosalba y se levantó de un derrame cerebral a sus 82 años para seguir sembrando vida en las veredas neiranas.

Pero más allá de eso, sus compañeras se sienten todas iguales entre sí.
Algunas viajan hasta hora y media para asistir a las actividades. Un esfuerzo que vale la pena y va creciendo, para bien de ellas, del agua y del país.

Publicado en eltiempo.com

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