La Mandela mujer

En las calles le dicen simplemente “la señora”, lo hacen por precaución, para no pronunciar su nombre, pero todos saben a quién se están refiriendo, es Aung San Suu Kyi, la líder birmana que acaba de ser liberada luego de pasar 15 de los últimos 21 años en arresto domiciliario impuesto por la Junta Militar que gobierna Birmania desde los años sesenta.

— Nunca la vamos a olvidar, es imposible —dicen con humor los birmanos, porque el perfil que aparece en las monedas, idéntico al de ella, es el de su padre Aung San, héroe de la independencia y asesinado cuando ella tenía dos años.

La historia parece lejana y lo es; Birmania, hoy conocida como Myanmar por el nombre que los militares le pusieron, está efectivamente muy lejos de nosotros. Pero la historia de esta mujer trasciende cualquier distancia. Su ejemplo sólo puede ser comparado con el de Nelson Mandela. Ambos capaces de padecer enormes sufrimientos y privaciones por defender los principios de dignidad y libertad sin nunca, por crueles que hayan sido sus adversarios, buscar la revancha ni sembrar el odio.

Aung San Suu Kyi regresó a su natal Birmania en 1988 para cuidar a su madre moribunda, ella vivía en Inglaterra donde se había casado y tenía dos hijos. Los estudiantes se manifestaban esos días en contra de la junta y le pidieron que tomara el liderazgo, ella lo hizo y su vida cambió. La Junta reprimió al movimiento y mató a más de 5 mil birmanos. Surgió entonces la Liga Nacional por la Democracia, partido que encabezó Aung San Suu Kyi. En 1990 ganó las elecciones pero los militares nunca reconocieron los resultados. A partir de entonces la han mantenido en arresto domiciliario o confinada a Rangún. La han tratado de empujar al exilio, pero nunca se ha ido. En 1999 su marido murió en Londres víctima de un cáncer de próstata, la Junta le había negado a él la visa y Aung San Suu Kyi no se fue para acompañarlo, sabía que si salía nunca podría regresar y decidió no hacerlo. En los últimos 20 años sólo ha visto a sus hijos en contadas ocasiones.

Más allá del nivel de compromiso que ha demostrado con sus principios y con los de los birmanos, lo que impresiona es la total ausencia de odio y rencor en su discurso. Liberada apenas hace unas horas y ya frente a sus partidarios dijo: “Voy a trabajar por la reconciliación nacional. No hay nadie con quien no pueda hablar; estoy preparada para hacerlo. No tengo rencor hacia nadie”.

Estuve en Birmania en septiembre de 2007 cuando la Junta Militar reprimió el movimiento de protesta encabezado por los monjes budistas. El militar que nos interrogó en el aeropuerto dijo que estaban viviendo “tiempos de corrupción”. El término estaliniano y el temor que se respiraba en las calles me dio una medida de la valentía de Aung San Suu Kyi.

Publicado en informador.com.mx

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