Un escándalo de la dimensión de un Estado y el ‘hate’ a las mujeres en redes

Brenda Lozano

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Es sencillo: para saber algo sobre el odio a las mujeres en redes sociales hay que ser mujer y tener alguna red social. Twitter, de preferencia, la más verbal de todas, la más explícita en este sentido. Y aunque desapareciera, el odio explícito encontraría otras salidas. Antes del año pasado me había tocado recibir alguna que otra injuria, algún insulto suelto, había mirado algunos ataques en los que había intervenido ganándome algunos comentarios violentos. Casual, así genérico es ser mujer en una red social. Hasta que me tocó estar en el centro de un escándalo mediático. No uno chico, no uno de jueves, de “me gustó esta película, voy a tuitearlo a ver si no me cancelan”, no un comentario feminista a favor de despenalizar el aborto o a favor de los derechos trans que al salir a esa atmósfera generan, como cometas, estelas de hate. No fue un puñado de tuits, no.

Me tocó estar en medio de un escándalo que tuvo las dimensiones que tiene el Estado. Un presidente mencionando mi nombre, dirigiéndose a mí como adversaria, como una conservadora en contra de su proyecto. Un hombre que fundó un partido político, un presidente por el que votaron más de 60 millones de mexicanos y mexicanas, entre las cuales estuve yo (tres veces) apoyando un proyecto de izquierda. Un hombre en el máximo puesto de poder contra alguien que escribe y tiene una cuenta de Twitter. Y que, uy, es mujer. La fórmula para explotar una bomba de odio. Las declaraciones del presidente, sumadas a la cantidad de medios mencionando mi nombre y la cantidad de veces que mi nombre se mencionó en redes sociales me dejó ver el odio a las mujeres en todo su espectro. Ahí sí, en varias redes sociales, aplicaciones, plataformas, mensajes, intentos de hackeo de mis cuentas, entre otras cosas. A la distancia, después de ese episodio –fuera de foco en este texto– recurro a él para hablar de algo de lo que revela a gran escala ese hate hacia las mujeres en redes sociales.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.

No quisiera citar ni darle espacio a los mensajes de odio, ¿para qué replicarlos? Por otro lado, ¿qué peor forma de perseguirse que buscar cosas que se dicen o escriben de una misma? Pero me parece que vale la pena detenerse en ese espectro de odio que va desde lo ligero —alguna burla o mención a algún rasgo físico—, es decir, quien busca humillar, ridiculizar o insultar, pasando por el acoso, hasta lo más grave que son amenazas que podrían atentar en contra de la integridad o la vida, esa punta del iceberg del discurso de odio.

En principio, las redes sociales como estructura de comunicación son la posibilidad de una utopía de horizontalidad. Cualquiera puede comunicarse con políticos, artistas, músicos, amigos, actores o desconocidos por igual. Las redes sociales también son la inclinación natural de la democracia: todos y todas con la misma cantidad de caracteres, con una tipografía uniformada, con total y absoluta libertad de expresión. Todas las partes importan de la misma manera, todos somos igual de importantes en ese espacio virtual. Sin embargo, es más complicado. Quienes tenemos acceso a internet gozamos de ciertos privilegios. O ese otro lado, el anonimato que suponen las redes sociales. Ahí está uno de sus lados oscuros, ese anonimato que permite las granjas de bots, por ejemplo, como instrumento político. O el mismo hate. Y lejos de esa utopía de la horizontalidad, los problemas de una sociedad se exacerban en las redes sociales. En una sociedad ya de por sí con graves problemas de violencia de género.

Como el alcohol que multiplica la euforia, el cansancio o la violencia en una persona, el poderse esconder detrás de una arroba lo permite todo y, por lo tanto, también permite una violencia sin límites. Que, por supuesto, es aún peor cuando está dirigida en contra de las mujeres. Por ejemplo, según el Informe de Violencia Digital contra las Mujeres en la Ciudad de México de 2021, 40% de las mujeres enfrentan acoso o propuestas sexuales, la mayoría provenientes de cuentas anónimas, y diariamente se registran entre 15.000 y 20.000 mensajes de odio por razones de género. Si las redes sociales son un termómetro de lo que pasa en esta parte de la región, lo que reflejan es una sociedad imposiblemente violenta. Ejemplos sobran.

Uno de ellos es el caso reciente de la escritora colombiana Carolina Sanín (también mantengamos fuera de foco la polémica para centrarnos en el hate que recibió). Ella escribió algunos tuits y a cambio recibió cientos de mensajes, multiplicándose aquí y allá, en su contra. Claro, importa lo que escribió en los tuits. Yo misma creo y pienso lo contrario que ella al respecto. Sin embargo, la cancelación en redes sociales es feroz en contra de las mujeres porque pasa por la violencia. La escritora argentina Mariana Enríquez terminó cerrando su cuenta de Twitter a raíz de esta polémica.

En redes sociales principalmente se expresa el odio a través de lo verbal. Hay otras formas –como el contenido de las plataformas, las imágenes que se publican– pero la verbal es la más explícita cuando se trata del odio. La palabra escrita –el mismo material con el que se hace un tuit o una novela– es la que se usa para atacar. Pero, a diferencia de la ficción, en donde todo es posible y es uno de los últimos espacios para la libertad, en redes sociales no sabemos hasta qué punto lo escrito puede cruzar esa frontera de la realidad. Un delirio cuando se está ahí, con esa imposibilidad de distinguir qué se queda en el espacio virtual y qué puede cruzar a la realidad. En esa frontera podemos perdernos. En ese vórtice violento entre lo escrito y lo real no sabemos cuándo pueden confundirse, desdibujarse. Y acaso, por esa zona gris que me tocó pasar, me parece importante cuestionar el odio que vemos en redes sociales: ¿qué tan visible o invisible es esa frontera entre la realidad y la palabra escrita?

Publicado en El País

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