El castigo a la maternidad

Sofía Ramírez Aguilar

En México hay 56 millones de mujeres en edad reproductiva, de las cuales 38 millones son madres. Como nunca antes en la historia, la generación de mujeres jóvenes de entre 20 y 29 años en México es la que más años de educación formal acumula, incluso más que los hombres. La autoselección para formarse en actividades vinculadas a los cuidados, como en enfermería, educación, o atención al cliente, es una característica que no debiera ser fuente de brechas salariales por sí misma. Cualquier ocupación puede ser debidamente remunerada, y el vínculo laboral formalmente reconocido.

Sin embargo, el mercado laboral mexicano no genera la cantidad necesaria de empleos de calidad para todas las personas que se incorporan a la fuerza laboral, empezando por las mujeres. A pesar que desde inicio del siglo XXI se ha ido cerrando la brecha de ocupación de empleos registrados ante el IMSS entre mujeres y hombres, aún persiste: por cada 100 hombres con un empleo registrado ante el IMSS, hay 66 mujeres.

Además, en México prevalecen las brechas salariales para todos los niveles educativos, y se registra una pérdida de ingresos en las mujeres que son madres de dos o más hijos, lo cual no ocurre con los hombres. De hecho, entre más hijos, menor paga en promedio si eres mujer.

Digamos que la brecha tiene dos componentes: la que es por la maternidad, y la que es por sexismo.

Empezando por este último componente, comparando lo que ganan un hombre y una mujer sin hijos, encontramos que por cada 100 pesos que el hombre gana, en promedio una mujer gana 79 pesos, con lo cual decimos que la brecha salarial por sexismo es de 21%. Que claro que algo hay ahí de que hay ocupaciones que pagan más y las escogen los hombres con mayor frecuencia, y que al menos una parte de la diferencia en el retorno a la educación depende de lo que se estudia. Sin duda, pero que haya menor número de mujeres en carreras vinculadas a la ciencia y a la tecnología que hombres también es sexismo interiorizado y aprendido por las mujeres a lo largo de la infancia y juventud.

Sin embargo, el castigo a la maternidad existe, y se traduce en diferenciales donde por 100 pesos que gana un hombre con dos hijos, una mujer gana 46 pesos; es decir, es una brecha de 54%. Con cuatro o más hijos es una situación de terror, porque la brecha se incrementa hasta 57%.

No hay una forma rápida de separar el sexismo del castigo a la maternidad, pero queda bastante bien ejemplificado que existe un incremento de las brechas salariales por sexo conforme aumenta el número de hijos.

No sorprende que exista una menor tasa de fertilidad en 2024 de lo que nunca antes habíamos registrado: 1.8 niñas/os nacidas/os vivas/os por mujer en edad fértil, cuando el reemplazo generacional demanda que esta proporción sea de 2.1.

En un país donde no existe la infraestructura adecuada para que ser madre no implique un castigo en términos de ingresos, y que éste se suma al sexismo presente incluso antes de tener hijas/os, parece evidente que lo que necesitamos es un sistema de cuidados, empezando por los de infantes de 0 a 5 años, porque las madres en este grupo poblacional tienen la menor tasa de participación laboral de todas: sólo 18 de cada 100 mujeres que tienen a su cargo infancias trabajan o buscan trabajo remunerado, porque aún haciendo su mejor esfuerzo, no logran sumar 35 horas de corrido para atender un empleo formal.

Y como corolario, usando los datos de la ENOE al cierre del año pasado, hay un mercado potencial para un sistema de cuidados que asciende hasta 2.3 millones de mujeres que, queriendo trabajar por un salario, no puede hacerlo porque su contexto se los impide. Es decir, no tienen a quien delegar sus responsabilidades familiares.

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