“Una ama de casa”

María Teresa Priego- Broca

“Vamos a tener una ama de casa seis años”, dijo el actor y comediante Rafael Inclán en una entrevista en la que promovía una obra de teatro. Era un “chiste” que aludía a Claudia Sheinbaum, la primera mujer Presidenta de México después de 200 años. Ni más ni menos. Por más vueltas que una le dé, está muy difícil encontrarlo gracioso. ¿Le habría funcionado decirlo en el escenario? ¿habría provocado carcajadas? ¿se habrían reído mujeres y hombres en igual proporción? ¿Se habrían reído? ¿Alguien del público lo habría cuestionado? El actor remató con un: “Yo no vivo aquí”. Es decir: ante tan tremenda y descolocada realidad, yo me evado. La tradición del pensamiento misógino se concentra en una frase cuyo fondo es bastante evidente, aunque no para él. Al final de cuentas, nos diría, es “solo un chiste”. 

Me pegunto si a estas alturas de los cambios culturales que estamos viviendo podemos aún reivindicar la “ingenuidad” del chiste de contenidos discriminatorios. La manera en la que funciona como una forma de control de un grupo por otro: las niñas, adolescentes y mujeres, en este caso. Los tiempos cambian vertiginosamente y hay quienes, nostálgicos, se aferran aún a esa imaginaria, facilona y dañina superioridad propia del acto discriminatorio. ¿Cómo sucede? La discriminación se juega (como la vida) a dos bandas: su parte consciente y su parte inconsciente –también el chiste– lo que Freud analizó a su exacta y poética manera en “El chiste y su relación con el inconsciente”, una obra de 1905. Lo inconsciente se trabaja desmantelando la pretensión de inocuidad. El pueril “No fue mi intención”. 

Cuando desdeñamos a otras personas, tenemos que preguntarnos por qué lo hacemos. Qué adentro nuestro nos lleva a necesitar hacerlo. 

Continuar creando, a pesar de las evidencias, una realidad en la que las mujeres “solo” pueden ser amas de casa. No porque así lo elijen cuando lo elijen, sino porque no tienen ninguna otra posibilidad. Percibimos que ser ama de casa, desde quien enunció la frase, es una actividad menor, en nada comparable a las elevadas alturas propias a las actividades y al pensamiento reservado a la masculinidad del cual el “chiste” –tan desafortunado– debe ser una especie de” luminoso” ejemplo. El acto discriminatorio recurre a esa figura a la que en la literatura se le llama sinécdoque. Tomar la parte por el todo: Claudia Sheinbaum es mujer, por lo tanto, sus elecciones de vida y todo lo que pueda traer consigo quedan reducidos a ese único trabajo que le correspondería desde las prohibiciones decimonónicas.

El señor Inclán nos ofreció una gran oportunidad para asumir una conversación indispensable: el lugar del trabajo del hogar y de cuidados en una sociedad que sin ellos estaría imposibilitada para funcionar, y que, sin embargo, no recibe el reconocimiento ni los apoyos que se merece. La agenda de cuidados es sin duda una de las prioridades de las luchas feministas actuales, considerada así, tanto por Claudia Sheinbaum, como por la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México Clara Brugada. Para responder, la presidenta eligió no aludir ni a su formación, ni a su trayectoria personal. Ni al cargo que ahora asume. No desplegó su currículum académico. No era el tema. No hay mujeres que valgan más que otras. Hay mujeres con condiciones de vida, historias y elecciones distintas. 

La mayoría de las mujeres somos amas de casa y como tal se asumió la Presidenta durante “la mañanera”. La mejor manera de responder. Era un asunto de principios. Poner en la mesa la libertad de elegir para las niñas, adolescentes y mujeres. No hay trabajo menor. Pero de lo que sí tenemos que hablar y cada vez está más presente, es de la transformación cultural indispensable: todas/os somos responsables de lo que implica el cuidado de menores, personas mayores, personas con discapacidad, o personas enfermas. Y, las instituciones del Estado tienen un compromiso que cumplir con respecto a la calidad de vida de las familias y a las cargas que hasta ahora han asumido las mujeres sometidas a las dobles y triples jornadas. 

El “chiste” misógino del señor Inclán se convirtió, a fin de cuentas, en una gran oportunidad para el debate.

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