Guerrero

Se abre un nuevo foco de tensión entre los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa y autoridades estatales y federales, civiles y militares, que obliga a regresar la mirada a la situación extrema por la que atraviesa el estado de Guerrero.

Al brutal caso de la desaparición de 43 muchachos y asesinato de tres normalistas y tres personas más la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014, cuyas investigaciones aún continúan su curso, se agrega una nueva situación que exacerba ánimos y polariza a la población.

El miércoles por la tarde se inició una persecución policiaca a los ocho autobuses en los que viajaban cerca de 150 jóvenes que iban de regreso a la Normal Rural de Ayotzinapa, escoltando –acorde a la narración policiaca– una pipa de combustible de la que se habrían apoderado. Al darles alcance los elementos policiacos, se inició una refriega que terminó mal para los estudiantes, varios de los cuales resultaron heridos. El Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan denunció que los estudiantes fueron “…víctimas de brutalidad policiaca, lo cual dejó un saldo de al menos 18 estudiantes hospitalizados, algunos de ellos de gravedad, y 13 estudiantes detenidos que posteriormente fueron llevados a las instalaciones de la Comisión Estatal de Defensa de los Derechos Humanos, en la ciudad de Chilpancingo, para ser liberados”. En un principio se dio por desaparecidos a 20 estudiantes –lo cual generó más tensión–, pero a la medianoche se informó que fueron localizados.

Del lado de las autoridades se alega que debido a que los estudiantes se habían apoderado “de una pipa de doble remolque que transportaba combustible y atravesaran la caja de un camión sobre la Autopista del Sol para evitar ser detenidos, elementos de la Policía Estatal en plena flagrancia impidieron que se consumara el robo de la unidad”. Afirman que los estudiantes: “…lanzaron contra ellos piedras y una granada desde los autobuses, e inclusive con dos de ellos intentaron prensar a las patrullas de la policía … solicitaron a los jóvenes que descendieran… quienes hicieron caso omiso, ocasionándose una confrontación entre elementos y los normalistas, sufriendo algunos lesiones que no ponen en riesgo su vida… Del hecho resultaron 13 estudiantes detenidos, quienes como un acto de buena voluntad de parte de la Policía Estatal fueron trasladados a la Comisión Estatal de los Derechos Humanos… también resultaron lesionados elementos policiales, quienes fueron atendidos de manera inmediata”.

A quienes afirman que la policía estaba obligada a actuar frente al secuestro de camiones y robo de la pipa y que no tenía opción frente a la flagrancia, se contraponen los que contrastan la conducta de los estudiantes con los agravios mayores que han sufrido los ciudadanos de Guerrero y, en particular, los jóvenes con la desaparición misma de los 43 estudiantes. Los alegatos se repiten y volverán a repetirse una y otra vez y no será de extrañar que volvamos a ver a jóvenes estudiantes que se rebelan contra un Estado al que identifican como adversario, y a ese Estado que no ha sido capaz de resolver los agravios ni del pasado ni del presente, reaccionando con represión y violencia. Nada bueno se ve en el horizonte en esa materia. El potencial de violencia protagonizada por agentes del Estado y civiles, en Guerrero, se mantiene más que vigente. Lo del miércoles pasado es apenas un recordatorio.

Guerrero descansa sobre cientos de fosas clandestinas. Fosas que acumulan restos de la guerra sucia de los años 70 y restos de víctimas más recientes que han caído a manos del crimen o a manos de agentes del Estado, en una frontera que no logra distinguir claramente a unos de los otros. A raíz de la búsqueda de los 43 normalistas, familiares de los “otros desaparecidos” salieron también a buscar a los suyos y en el camino han encontrado más de 100 cuerpos en apenas unos meses.

México se ha convertido en el principal proveedor de derivados de opio y heroína para Estados Unidos, dicho esto por Barack Obama.

La historia de Ayotzinapa está marcada por esa red de colusión que hizo posible que Guerrero se convirtiera en el corazón de ese crecimiento criminal.

La brutal reacción de la noche del 26 al 27 de septiembre en Iguala habría ocurrido –según las últimas informaciones– al tomar los estudiantes, de forma circunstancial, autobuses que podrían haber sido parte de esa cadena criminal de producción y distribución de drogas.

La toma de camiones por parte de normalistas, práctica recurrente y relativamente tolerada desde hace muchos años, se ha convertido en una actividad de muy alto riesgo.

Fuente: zocalo.com.mx

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