Estas mujeres pagan el costo de tu celular con su salud

Cam Simpson

En 1984, un estudiante de posgrado llamado James Stewart llegó a la oficina de Harris Pastides, profesor de epidemiología de la Universidad de Massachusetts en Amherst.

Stewart dijo a Pastides que había detectado un número significativo de abortos involuntarios en la planta de chips de Digital Equipment.

Las mujeres en edad fértil representaban 68 por ciento de los empleos de producción tecnológica de EU y Stewart sabía algo que muy pocos: fabricar chips involucra cientos de productos químicos.

Las mujeres de la línea de producción trabajaban en salas limpias y llevaban trajes de protección, pero eran para salvaguardar a los chips, no a ellas.

Digital Equipment aceptó pagar un estudio liderado por Pastides y los resultados fueron sorprendentes: el doble de abortos espontáneos que la tasa esperada.

La firma reveló el resultado a empleados y a la Asociación de la Industria de Semiconductores (SIA, por sus siglas en inglés), y luego los hizo públicos.

SIA, representando a firmas como IBM, Intel y una docena más, estableció un grupo de trabajo que concluyó que el estudio contenía “deficiencias significativas”, según los registros de la asociación. Pero, frente a la presión pública, acordó financiar más investigación.

La Universidad de California, en Davis, diseñó uno de los estudios más grandes sobre salud laboral, involucrando a 14 compañías, 42 plantas y 50 mil empleados. IBM optó por hacer su propio estudio con la Universidad Johns Hopkins.

En diciembre de 1992, los tres estudios mostraron resultados similares: una tasa del doble en abortos para miles de mujeres potencialmente expuestas a químicos.

Esta vez la industria reaccionó rápidamente. SIA apuntó a una familia de productos químicos, los EGEs, ampliamente usados en la fabricación de chips, como la causa probable y declaró que sus empresas acelerarían los esfuerzos para eliminarlos. IBM fue más lejos: se comprometió a deshacerse de ellos en su producción global para 1995.

“Fue casi un cuento de hadas en salud pública”, recuerda Pastides. Dos décadas más tarde, el final parece diferente. A medida que la producción de semiconductores pasó a países con mano de obra más barata, las promesas de la industria no parecen haber hecho el mismo viaje, al menos no en su totalidad. Datos confidenciales revisados por Bloomberg Businessweek muestran que miles de mujeres continúan expuestas a las mismas toxinas hasta por lo menos 2015. Algunas probablemente todavía hoy.

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En 2010, una doctora surcoreana llamada Kim Myoung-hee dejó su cátedra en una escuela de medicina para dirigir un pequeño instituto de investigación en Seúl.

En su nuevo rol, una serie de casos de cáncer en la industria de la microelectrónica atrajo su interés, incluido un episodio que había captado la atención del público: dos mujeres jóvenes, que trabajaban en la misma estación de Samsung y estuvieron expuestas a los mismos químicos, desarrollaron la misma forma agresiva de leucemia.

La enfermedad mata a tres de cada 100 mil surcoreanos cada año, pero estas jóvenes fallecieron con una diferencia de ocho meses. Activistas descubrieron más casos en Samsung y otras firmas. Los ejecutivos de la industria negaron cualquier vínculo.

Kim comenzó a compilar y analizar estudios de salud sobre trabajadores de semiconductores en todo el mundo, un cuerpo de trabajo que había atraído poca atención en Corea del Sur, a pesar de la importancia de la industria allí.

El trabajo de Kim la llevó a las investigaciones de Pastides y de los científicos de Johns Hopkins, y también a estudios históricos sobre salud reproductiva relacionados a la producción de microelectrónica, en la que se señalan defectos de nacimiento fatales en los hijos de trabajadores masculinos, cánceres infantiles, infertilidad y ciclos menstruales prolongados.

Sin embargo, en prácticamente todos los estudios desde la década de 1990, Kim leyó la misma frase: la industria global de semiconductores había eliminado los EGEs a mediados de los años 90, marcando el fin de las preocupaciones de salud reproductiva.

Sin embargo, algo le hacía ruido: en grupos focales, jóvenes que trabajaban en plantas de chips señalaban que no era raro pasar meses, o incluso un año, sin menstruar. Al igual que en EU, las mujeres dominan los trabajos de producción en la industria de la microelectrónica de Corea del Sur, que emplea a más de 120 mil de ellas. Kim y un colega decidieron que necesitaban realizar un nuevo estudio de salud reproductiva.

En 2013, obtuvieron cinco años de registros de reembolsos médicos hasta 2012 para mujeres en edad fértil que trabajan en plantas de las tres firmas más grandes de microelectrónica del país: Samsung, SK Hynix y LG. Los datos cubrían 38 mil mujeres por año. Los investigadores examinaron los registros de quienes habían ido al médico por abortos involuntarios.

Los resultados eran innegables e impactantes para Kim, tal como lo habían sido para Pastides casi tres décadas antes. Encontró tasas de aborto significativamente elevadas y una tasa para aquellas en sus 30 años casi tan alta como en las fábricas de EU. “No era el resultado que esperaba”, admitió.

En un artículo científico que publicaron tras su estudio, Kim y sus colegas repitieron el mantra de la investigación anterior: los EGEs habían sido eliminados de la industria. Sin embargo, en su conclusión agregaron que no podían estar seguros. También notaron una serie de otras toxinas reproductivas y peligros ambientales en las plantas, incluyendo radiación ionizante. Finalizaron con esta advertencia: “Dado que nuestros datos provienen de las tres mayores empresas de Corea, es plausible asumir que los trabajadores de pequeñas empresas de Corea o que trabajan en países en desarrollo están más expuestos a ese riesgo”.

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Tras las protestas en los 90 en EU, las compañías químicas dijeron que habían cambiado las formulaciones de las fotorresinas y otros productos que suministraron a los fabricantes de chips, incluyendo los de Asia. Pero datos de pruebas obtenidos por Bloomberg Businessweek muestran que los cambios no se hicieron rápidamente ni, en algunos casos, completamente.

En 2009, científicos sucoreanos probaron un total de 10 muestras aleatorias tomadas de tambores de fotorresistentes en una planta de Samsung y una de SK Hynix. Debido a que la preocupación se centraba entonces en la leucemia, las fotorresinas se probaron sólo para toxinas relacionadas con ese mal. Una de ellas era el más tóxico de los EGEs, un químico comúnmente llamado 2-metoxietanol o 2-ME. Las pruebas mostraron 2-ME en 6 de las 10 muestras, según una copia de los resultados.

En 2015, científicos surcoreanos siguieron y ampliaron la ronda anterior de pruebas, extrayendo muestras aleatorias de siete fabricantes. Las muestras de Samsung y SK Hynix resultaron negativas para 2-ME, pero la de una firma más pequeña resultó positiva.

SK Hynix se negó a comentar. Samsung señaló que puede estar seguro de que los EGEs fueron completamente eliminados de su producción en 2011, porque esa es la extensión de su registro interno. Pero Ben Suh, un portavoz de Samsung, dice que la compañía cree que la transición inició antes, pues sus proveedores comenzaron a cambiar las mezclas químicas después de mediados de los 90. Agregó que, aunque Samsung estuvo enterado de la prueba 2009, que mostraba 2-ME en su planta, no pudo confirmarlo internamente ni replicar los resultados.

La empresa señala que “Samsung Electronics tiene una estricta política en el lugar de trabajo para el embarazo y los derechos de maternidad”.
En los últimos años muchos de los mayores fabricantes han automatizado su elaboración de chips para subir la producción y los ingresos. Esto ha reducido el manejo físico de los químicos, pero la producción en empresas con plantas antiguas no automatizadas no ha disminuido. Miles de mujeres en esas plantas en Asia todavía están expuestas a elementos dañinos.

Hace más de dos décadas, los investigadores de Johns Hopkins que trabajaron con IBM advirtieron que los riesgos podrían persistir en el extranjero. Sabían que los EGEs eran baratos, eficaces y disponibles en abundancia y que las alternativas menos peligrosas eran mucho más caras. Su informe advirtió sobre los peligros que podrían persistir en el extranjero.

Según Adolfo Correa, el epidemiólogo líder en el estudio de IBM, los ejecutivos de la compañía recibieron una copia del documento que llevaba esa advertencia en 1995. Ese es el año para el cual IBM se había comprometido a descontinuar el uso de EGEs en sus plantas. También es el año en que la firma negoció contratos de producción masiva y plurianual para que otras dos empresas le proporcionaran chips: Samsung y SK Hynix.

Otros miembros de la SIA también hicieron acuerdos en Corea del Sur similares a los de IBM, incluyendo Motorola, Texas Instruments y HP. Intel comenzó a comprar chips a Samsung en 1996. En la medida en que los surcoreanos siguieron usando productos con EGEs, la industria estaba -en efecto- transfiriendo la exposición a los químicos de EU al extranjero.

Citando confidencialidad con sus clientes, Suh, el vocero de Samsung, se negó a comentar si alguna empresa estadounidense exigía protecciones de salud para las coreanas que producen chips bajo contratos iniciados tras los estudios de aborto en EU. IBM declinó hacer comentarios para este reportaje.

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Un movimiento en Corea del Sur para reconocer las consecuencias para la salud de los trabajadores ha ido amasando lentamente apoyo político y social a lo largo de una década. Durante gran parte de ese tiempo, Samsung emprendió una batalla a menudo amarga y pública con las familias de trabajadores muertos o enfermos. La firma pagó a algunos de los mejores abogados de la nación para luchar contra los reclamos de compensación de trabajadores, ello pese a que los pagos provenían de un fondo de seguros del gobierno, no de la compañía.

Para 2014, la marea había cambiado gracias a una creciente atención internacional y el lanzamiento nacional de “Another Promise”, una película sobre las peleas. El gobierno dejó de rechazar las reclamaciones de indemnización y los tribunales apoyaron a los trabajadores en un puñado de casos. Finalmente, Samsung se disculpó públicamente por la forma en la cual trató a las familias.

Aunque tanto Samsung como SK Hynix continúan negando que existe un vínculo causal, ambas comenzaron a principios del año pasado a compensar en forma privada a trabajadores actuales y antiguos y a sus familias por enfermedades y muertes. Samsung también introdujo un comité externo para recomendar cambios sobre salud y seguridad, dice Suh. La posición general de la compañía sobre estos asuntos ha cambiado perceptiblemente en apenas algunos años, añadió. “Hemos trabajado para ayudar a antiguos empleados de semiconductores y a sus familias que soportaron dificultades y la angustia”.

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En un apartamento al sur de Seúl vive Kim Mi-yeon, mujer de 38 años que comenzó a trabajar para Samsung en 1997, una semana después de salir de la secundaria.

Trabajaba en producción, en el departamento de envasado y pruebas, por lo que es improbable que su trabajo la pusiera en contacto directo con químicos dañinos. Sin embargo, estaba en contacto constante con otras mujeres que trabajaban en salas limpias. En un par de años, notó que sus periodos menstruales habían cambiado.

En 2007 se casó con un contratista que conoció en Samsung. Intentaron tener una familia, pero en 2008, los médicos le dijeron que era casi estéril. Los tratamientos fracasaron, al igual que los intentos de fertilización in vitro.

En 2012 los médicos hallaron una masa que crecía dentro de su útero. Se sometió a cirugía y varias rondas de tratamientos, pero, desesperada por un niño, rechazó las recomendaciones para que le extirparan el útero. Renunció a Samsung al mes siguiente y demandó una compensación laboral. En marzo, el gobierno la reconoció formalmente como el primer trabajador de chips que sufrió una enfermedad laboral relacionada con la salud reproductiva. Su caso duró cinco años. “Estoy muy feliz ahora”, dice, sosteniendo a su hija de 10 meses.

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Tras la investigación de Digital Equipment hace 30 años, la carrera de Pastides avanzó de manera impresionante. Hoy es el presidente de la Universidad de Carolina del Sur. Pero, los recuerdos de la presión que enfrentó de las tecnológicas más importantes del mundo aún lo hacen sentir ansioso. “Fue algo sin precedentes para mí. No lo esperaba”, dice. “Y francamente tuve dificultades para hacerle frente a veces”.

Esa investigación de hace décadas permanece intacta, pero él ha pasado a otras preocupaciones. Y cuando le digo que las reformas en la industria no parecen haber sido tan profundas o tan amplias como él creía, parece sacudido.

“Esa es una noticia terrible”, dice. “El hecho de que las mujeres a lo largo del mundo estén expuestas a esas cosas que los expertos, incluidos los líderes corporativos, decidieron que no deberían usarse en el lugar de trabajo, para mí es una historia extremadamente triste y una derrota para la salud pública”.

 

 

 
Publicado en El Financiero

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