¿Y si perdiéramos de una vez el miedo a la menopausia?

Ana García Moreno

«Tirá los tampones, las toallas sanitarias, hacé una hoguera con ellas en el patio de tu casa. Desnúdate. Bailá la danza ritual de la madurez». Sí, es lo que parece: un poema a la menopausia. La escritora nicaragüense Gioconda Belli apela así a la normalización (o, más bien, a la celebración) de una etapa común de la vida, de un proceso fisiológico de las mujeres que muchos quieren ver como un problema. «La menopausia tiene unos síntomas asociados (sofocos, sudores nocturnos, problemas para dormir y sequedad vaginal) que pueden afectar a la calidad de vida, pero la mayoría de las personas pasan por este periodo con síntomas leves o sin ninguno», confirma Nicolás Mendoza Ladrón de Guevara, ginecólogo y director del departamento de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Granada, además de presidente de la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia (AEEM). Sin embargo, muchas la aguardan con pavor.

La psicóloga Anna Freixas, especializada en gerontología feminista, ha entrevistado sobre el tema a cientos de féminas para sus libros Sin reglas. Erótica y libertad femenina en la madurez (Capitán Swing) y Nuestra menopausia; una versión no oficial (Paidós), y ha encontrado un denominador común en la mayoría de ellas: «Unos temores ante la retirada de la menstruación que luego resultaron infundados. ¿Que hay sequedad vaginal? Nada que una cremita no arregle… Y así con casi todo. Sí aclararía que no hay una menopausia modelo para todas. Y, por supuesto, hay mujeres que lo pasan mal, sobre todo por los sofocos. Pero, desde luego, no es la cosa terrible que nos venden en la literatura, ese principio del fin. Yo me pregunto: ‘¿Por qué hay 200 libros sobre el supuesto horror del climaterio, pero no existen apenas sobre los granitos o el dolor de tetas que aparecen con la regla?».

Esa concepción de la madurez femenina como algo decadente y triste ha asomado incluso en la obra de referentes feministas como Simone de Beauvoir, que maldecía con furor sus 50 años en La fuerza de las cosas («No soy yo la que dice adiós a las cosas con las que disfrutaba, sino que ellas me están abandonando»). Luego cambió de opinión en sus obras posteriores («Me equivoqué… en el esbozo de mi futuro»). Un cambio sensato, puesto que el temor a la mediana edad «se convierte en una profecía autocumplida para algunas», reflexiona Freixas, quien afirma que el estrés que se siente ante algunos síntomas de la menopausia empeora su propia manifestación.

Tampoco conviene olvidar que el adiós a la edad fértil llega entre los 45 y los 55 años, que es cuando irrumpe una de las crisis de identidad femenina más típicas en las sociedades machistas: «Y se convierte en la capa que todo lo tapa. Se van los hijos, suceden los divorcios, el deseo hacia la pareja se desgasta… Y, al haber sido socializadas, ocurre que con frecuencia carecemos de un objetivo propio, por lo que aparece la menopausia y ¡boom! Te planteas: ‘Ya no sirvo ni para parir’. Hay estudios que sugieren que aquellas mujeres que viajan, tienen un proyecto profesional propio, van a terapia, dedican tiempo para ellas y padecen menos estrés, la viven como un proceso liviano».

Otra estudiosa que relaciona el terror al cese de la regla con la desigualdad de género es la profesora de Historia de la Universidad de Georgia Susan Mattern, quien, en su reciente libro The Slow Moon Climbs: The Science, History, and Meaning of Menopause (Princeton University Press), anota: «A principios del siglo XX, cuando algunas mujeres desafiaron el patriarcado demandando el voto, el retraso del matrimonio, poder ir a la universidad y el derecho a no tener hijos, médicos y otros expertos advirtieron que las solteras o de apariencia masculina sufrirían más en la menopausia».

La teoría de las abuelas: un respeto a las menopáusicas

En su ensayo, Mattern aborda también algunas de las hipótesis que explican el climaterio, «uno de los puzles más profundos de la ciencia, ya que la mayoría de los animales femeninos se sigue reproduciendo en la vejez». E hinca el diente a la teoría evolutiva de la abuela, articulada por la antropóloga Kristen Haekes, de la Universidad de Utah, en 1998. A saber: las mujeres comenzaron a perdurar tras el fin de su edad reproductiva para ayudar a criar a sus nietos, una actitud que condujo a que sus genes se transmitieran a sus descendientes. Pese a la dificultad de probar este tipo de hipótesis, los estudios sí son tajantes en cuanto al valor de las mujeres maduras en la comunidad a lo largo de la historia.

He aquí dos ejemplos que aporta la profesora en su libro: «Una investigación llevada a cabo en Gambia a mediados del siglo XX halló que los niños tenían un 10% más de probabilidades de llegar a los 5 años si la abuela estaba en casa. Y otro proyecto antropológico con los Tsimane, un pueblo agricultor de Bolivia, concluyó que las personas con más de 40 años, incluso las muy mayores, juegan un papel más activo en la familia en el cuidado de niños y enfermos, la adopción del menor si el padre o madre mueren y en la solución de conflictos». Ergo, plantea la autora: ¿a qué viene cuestionar el potencial de la menopausia como si fuera un estado deficiente, casi enfermizo, cuando tanto le debemos como grupo?

Nada de esto niega tu sufrimiento

La historiadora Susan Mattern añade que es innegable que la menopausia sea un síndrome real que sufren millones de personas en el mundo, «pero reconocer que el fenómeno tiene una dimensión cultural, tendente a la dramatización, no niega su base fisiológica». Independientemente de las razones que la alimentan –que darían para otro artículo en profundidad–, el presidente de la AEEM coincide en que esos artículos o libros que nos llaman a temer como al demonio la ausencia del periodo, o a retrasarla lo máximo posible con trucos inverosímiles, nacen de connotaciones negativas que otras sociedades, como la oriental, no comparten.

Mendoza anima, directamente, a ignorarlos. «No hay estrategias que posterguen la menopausia, sino hábitos que ayudan a que sus síntomas sean menos molestos, como mantener una dieta equilibrada, realizar actividad física, evitar el tabaco o tomar el sol 15 minutos al día para conseguir el nivel adecuado de vitamina D, entre otros». Si nada de esto funciona, tu médico podrá ayudarte, aconseja. Y que arda hasta la copa menstrual.

Publicado en El País

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