7 de cada 10 mujeres en México viven en pobreza o vulnerabilidad socioeconómica

Ana Karen García

Esperanza Campos llega con esfuerzo a fin de mes. Hace dos comidas al día y cuando se puede, tres. Está ahorrando para comprar un coche usado que le facilite movilizarse desde su casa, en el pueblo de Santa Fe, a su local en la zona de Observatorio. En su casa no todos los techos son de loza, algunos son de lámina. La electricidad es intermitente y el servicio de telefonía móvil también.

Esperanza es jefa de familia y vive en Tlapechico, una colonia popular vecina de los edificios corporativos de Santa Fe, ese México de primer mundo lleno de rascacielos y autos lujosos. Campos se dedica al comercio. “Vendo de todo y sale bien para los tres”, dice sobre ella y sus hijos. “La luchita la hacemos en otros lados”, cuenta.

Quizás si se considera el costo de la canasta básica y el ingreso de Esperanza, ella y su familia se salvan de la pobreza. Lo que no desaparece son la dificultad que enfrenta para encontrar transporte que la lleve de regreso a casa, el cansancio de subir las pendientes de Tlapechico, las tardes sin luz y las goteras sobre su comedor. Todo esto, en conjunto, produce que difícilmente tenga movilidad social o que sus hijos o nietos lleguen a tenerla.

El día a día de Esperanza Campos ejemplifica la necesidad de pensar la pobreza de manera multidimensional. La pobreza no puede medirse considerando sólo el ingreso de las familias en comparación con los precios de las canastas básicas. Deben considerarse factores relacionados con el ejercicio pleno de los derechos humanos.

“Nosotros hemos vivido aquí de toda la vida. Yo desde joven y mis hijos aquí también”, dice Esperanza sobre Tlapechico, un pueblo de calles angostas, pendientes pronunciadas y escalinatas, de casas a las que sólo se puede llegar a pie. “Nada más que antes no te dabas cuenta de cómo se ve del otro lado, todo bonito y lujoso, y acá a veces no tenemos agua o luz. (…) Lo más pesado es subir: si no tienes carro son bien difíciles de caminar las subidas, pero no hay de otra. Acá, por lo menos, no pagamos renta”.

Las periferias de la Ciudad de México dan hogar a miles de familias que viven situaciones como la de Esperanza. La pobreza no se trata sólo de poder o no pagar la comida. Y los hogares con jefatura de una mujer son más propensos a enfrentar este tipo de carencias.

Los avances recientes en materia de pobreza han estado ligados principalmente a la recuperación de los ingresos promedio de los y las mexicanas. Pero son insuficientes para decir que hay menos pobres en el país.

Pobreza en mujeres

73% de las mujeres en México vivió en algún grado de pobreza o enfrenta carencias socioeconómicas en 2022. Este nivel representó un ligero avance respecto del 2020 —el año de la pandemia— cuando la cifra fue de 76%. Pese a este avance, los retos en materia de desarrollo social todavía son grandes. Especialmente para las mujeres.

En su nueva Medición de Pobreza, el organismo público Coneval (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social) encontró que 3.5 millones de mujeres salieron de la pobreza moderada y cerca de 700,000 mujeres más salieron de la pobreza extrema entre 2020 y 2022. Adicionalmente un millón de mujeres dejaron de presentar carencia por ingresos.

Estos avances se ven nublados por el aumento significativo de mujeres que presentan carencias sociales: 4 millones se sumaron a la población que tiene dificultades para acceder a derechos como la alimentación de calidad, vivienda, agua potable y electricidad en el hogar, servicios de salud, educación y seguridad social.

A Esperanza Campos le agobian las dificultades que enfrenta para tener espacios de vivienda dignos y acceso a servicios públicos. También la inseguridad en Tlapechico. “A veces mejor ni tener, porque así no te quitan”.

Salud y seguridad, las principales carencias

49% de las niñas, adolescentes y mujeres en México no tiene acceso a la seguridad social y el 37% no tiene acceso a instituciones de salud públicas. Estas dos son las principales carencias identificadas a escala nacional.

Una de las cifras que más resaltan en la medición del Coneval es el incremento sustancial de las mujeres que no tienen acceso a la salud, que se triplicó en el periodo de 2016 a 2022.

Otra de las carencias que registró un aumento importante fue la de rezago educativo, que refleja que más mujeres están desfasadas en la educación básica obligatoria o no están cursándola definitivamente.

Si se consideran las características regionales se observa que, en las grandes ciudades donde están centralizados los servicios de salud y las fuentes de empleo, las mujeres presentan otras carencias, mayoritariamente relacionadas con la vivienda y los servicios públicos. Mientras que en zonas rurales la educación y la salud todavía son inasequibles e inaccesibles.

Mujeres indígenas, las más vulnerables

El informe de Medición de Pobreza 2022 refleja que, entre las mujeres, las hablantes de lenguas indígenas son significativamente más vulnerables a la pobreza e indigencia que el resto: 9 de cada 10 viven en pobreza moderada, extrema o carencias socioeconómicas.

La población que se identifica como indígena en México enfrenta niveles altos de marginación social: tienen un promedio menor de años de escolaridad, enfrentan mayores niveles de informalidad laboral, denuncian actos de discriminación con más frecuencia y casi ninguno de los integrantes de esta comunidad tiene afiliación a la seguridad social.

Las carencias sociales entre las mujeres indígenas superan, en algunos casos, el doble de las cifras de la población femenina en general:

  • 8 de cada 10 mujeres indígenas tienen carencia por acceso a seguridad social.
  • 6 de cada 10 mujeres indígenas tienen carencia por acceso a servicios básicos en la vivienda.
  • 5 de cada 10 mujeres indígenas tienen carencia por acceso a servicios de salud.
  • 4 de cada 10 mujeres indígenas tienen carencia por rezago educativo.
  • 3 de cada 10 mujeres indígenas tienen carencia por acceso a alimentación nutritiva y de calidad.
  • 3 de cada 10 mujeres indígenas tienen carencia por calidad y espacios en la vivienda
Ilustración EE: Especial

¿Entonces hay más o menos pobres?

La recuperación pospandemia es notable: los empleos se recuperaron, el poder adquisitivo del salario ha mejorado, los ingresos incrementaron y la desigualdad ha cedido ligeramente, pero los beneficios de la reactivación no se han repartido de manera igual entre mujeres y hombres.

La disparidad que enfrentan las mujeres —especialmente las pobres, rurales, indígenas o con discapacidad— en muchos ámbitos de la vida económica y social se combinan para ponerlas en lugares más vulnerables y propensos a la pobreza, en comparación con sus pares hombres.

Al corte del 2022, podemos decir que sí, que hay más mujeres que pueden pagar la canasta básica. Pero el porcentaje que no puede pagar ni sus alimentos no logra ceder, mientras que también se ensancha el porcentaje de mujeres que no tienen acceso a educación y salud.

Resalta la importancia que han tenido las transferencias monetarias (apoyos de Gobierno y remesas) en los ingresos de las mujeres, como grupo poblacional. Hace falta poner foco interseccional en las mujeres que más expuestas están a la pobreza.

“Vivir en Tlapechico se siente raro”, dice Esperanza, “como en las películas, ¿viste? Como en un montón de realidades”. Santa Fe es el lugar donde conviven el lujo y la pobreza a la misma hora y en el mismo pedazo de tierra.

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