¿Pueden nuestros microbios llevarnos a ser más generosos?

Estudio mostró que los individuos que hospedan microbios que promueven el altruismo tienen más probabilidades de sobrevivir. Investigaciones previas ya habían demostrado la relación que tienen los microorganismos que cargamos en nuestro cuerpo con cómo nos comportamos.

En el mundo animal son varios los parásitos que pueden llevar a que su anfitrión – u organismo donde están viviendo – cometa algunas locuras. El Toxoplasma gondii, que ataca a los ratones, les genera un impulso para que se acerquen a gatos que podrían devorarlos y el Spinochordodes tellinii, una lombriz a la cual le gusta hospedarse en los grillos, los lleva a que se ahoguen para que ella pueda llegar al agua y reproducirse. De cierta manera, el mundo animal está plagado de parásitos que “promueven ideas suicidas”.

Pero, ¿existe lo contrario? ¿Microbios, microorganismos o parásitos que promuevan el altruismo? Esta fue la pregunta que condujo a que investigadores de la Universidad de Tel Aviv, Israel, diseñaran un modelo matemático para resolver la duda de si los microbios podrían ser los responsables de algunos comportamientos generosos que los animales muestran con individuos de su propia especie.

Lo que logró el modelo matemático, que iba de la mano con una simulación computacional, fue analizar las interacciones que se daban entre los individuos de una población en cientos e incluso miles de generaciones. Así, iban rastreando cuándo esta interacción se trataba de una acción altruista o no. Específicamente, buscaron cuándo había cierto grado de sacrificio, grande o pequeño, por parte de un individuo para que el otro subsistiera mejor.

Después, el equipo dividió los microbios virtuales en dos grupos: los que promovían el altruismo y los que no, enfrentando uno contra otro en una simulación. Además, por cada generación, los individuos podían pasar ambos tipos de microbios – los que promueven el altruismo y los que no- al siguiente anfitrión y tenían la capacidad de pasárselo a sus crías.

La conclusión fue que, en cada generación, los microbios que promovían el altruismo en su anfitrión superaron a sus rivales al pasar de un individuo a otro, así como que mostraron mejor capacidad a la hora de pasar a una de las crías. Un hecho que, explica el estudio publicado en Nature Communications, aplicó incluso cuando la población de microbios pro altruismo era menor que la anti altruismo.

“Los receptores de microorganismo pro-altruistas estaban más en forma, lo que significa que eran más propensos a producir descendientes con el mismo microbio”, explica la revista Scientific American.

Es más, al final de toda la simulación, la población de anfitriones era mayoritariamente aquella que cargaba microbios que promovían el altruismo.

¿Nos pueden decir nuestros microbios del estómago cómo comportarnos?
Aunque conceptos como el altruismo, la generosidad y desinterés suelen ser abarcados desde una mirada ética y moral, la ciencia tiene mucho que decir, sobretodo en términos de evolución.

Desde Darwin, quien planteó que en términos de evolución son los individuos más fuertes y aptos para el hábitat los que sobreviven, se reconoció que el altruismo podía cumplir un rol, aunque confuso. En ese entonces Darwin se preguntó, e incluso dudo, si los descendientes de unos padres benevolentes y generosos tenían más probabilidad de subsistir que las crías de unos padres egoístas. Debate que al día de hoy no ha terminado de esclarecerse.

Algunos estudios, como el realizado por biólogos de la Universidad de California, Estados Unidos, observó que los microbios del colón, cuando son sanos, logran que las células del intestino produzcan serotonina. Un neurotransmisor que luego fluye hasta el cerebro a través de la sangre y está asociado con menores sensaciones de estrés y ansiedad.

Otro estudio, realizado en ratones en abril de este año, apuntó a que existe una relación entre el uso de antibióticos y el comportamiento social. Al exponer a los ratones a bajos niveles de antibióticos cuando aún estaban en el útero o a pocas horas de nacer, los científicos encontraron que al crecer estos animales eran menos sociables y más agresivos que los demás.

Claro, comprobar que aspectos tan fuertes de nuestra personalidad – o la de los animales – puede estar ligada a si tenemos microbios o no, o qué tipos de microbios predominan en nuestro intestino, todavía necesita más pruebas. Pero lo cierto es que a nivel científico la microbiota cada vez despierta más interés. Sobre todo, cuando podríamos estar ad portas de entrar a un mundo “resistente a los antibióticos”, pues esto no sólo indicaría que fallamos en la batalla contra ciertas enfermedades, sino que cómo nos comportamos en el mundo podría cambiar. Eso estará por verse.

Publicado en El Espectador

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