Caricatura, reflejo de nuestra locura: El alhuate

La obsesión nos satiriza ante el visor de monos, dice
El cartonista que odia necesita “comerse” al prójimo

Álvaro Aragón Ayala

La caricatura es un arte. Obra grandilocuente. El monero Jorge Vázquez –El Alhuate-, descorre su “pequeño secreto” de lo que él llama la caricatura pasteurizada, despojada de odios personales: “La clave es no rayar en lo obsesivo para no contaminar los ‘comic periodísticos’, encarnados, satirizados”.

“La caricatura no debe ser usado como arma de destrucción masiva, aunque al diseñarla refleje el grado de nuestra propia locura”, sostiene.

El Alhuate es el caricaturista de Proyecto 3. Explica: “Respeto a todos, pero yo no descargo odios personales en mis trabajos; no busco con mis cartones atrapar negocios ni favores ni intento desbarrancar políticos con mis monos”. Y plantea estar dispuesto a defender el semanario “contestando ojo por ojo y diente por diente”.

Jorge Vázquez señala que le han preguntado si la caricatura es o no un arte y “siempre contestó que sí, que es también un oficio, un trabajo no para enriquecerse, sino para expresarse. Hay quienes no la consideran un arte porque los monos no se venden en una galería”.

Acepta que “por desgracia” la caricatura se ha desacreditado. “Se ha tomado como herramienta, más allá de una buena denuncia, más allá de la satirización, para joder, para destruir honras privadas y públicas como algo mecánico, por consigna”.

“En algunos caricaturistas hay humores de amargura, deseos obsesivos de difamar y calumniar con sus monos; no es mi caso, lo juro”, comenta.

Señala que él no se atrevería a caricaturizar dos o tres veces consecutivas a la semana o una vez por semana a un solo personaje. “Impactaría mal en mi crédito personal. Enviaría un pésimo mensaje a los lectores de Proyecto 3, a lo que yo llamo los visores de mis caricaturas. Sicológicamente no es saludable vivir pegado únicamente a un personaje”, añade.

“No soy proclive a desasear la libertad de expresión”, comenta y blasona que respeta el trabajo de otros moneros. Sin embargo, a su juicio “hay una libertad de expresión mal entendida, perversa, que se resuelve en insulto e injuria. En definitiva, una libertad de expresión que trata de poner en el altar de la imbecilidad al que se odia sabiendo que, a veces, de que se raya en el abuso”.

“Hay que moderarnos. Es negativo que un caricaturista se cebe con una sola persona”, puntualiza. “La caricatura es un Don. Nuestra tarea es dar visos de existencia a personajes que ponemos en el disparadero de la sátira. Colocamos en el ‘matadero’ ideas y figuras inefables y transcendentales, en representaciones abstractas, idealistas, inasibles”.

El Alhuate precisa que “la libertad de expresión no debe tener jamás límite alguno en su ejercicio siempre y cuando se ajuste a lo higiénico y profiláctico. Satirizar dioses, fantasmas, entes abstractos, creencias, es sano cuando no se cae en la obsesión personal, porque en el reflejo de la caricatura corremos el riesgo de autosatirizarnos, de mandar la señal, al visor de los monos, de que nosotros mismos estamos alimentados por visiones fantasmagóricas”.

“La caricatura es reflejo de uno mismo. Refleja incluso nuestro grado de locura”, explica.

Cartonistas y corrupción

Para enriquecer el tema. Una anécdota: Cuando no existían los directores generales de Comunicación en Los Pinos, el jefe de prensa de Adolfo López Mateos quiso ponerle crema a sus tacos sobredimensionando su destreza en las relaciones públicas para posicionar la imagen del Presidente porque, alegó, “usted sabe, señor, la prensa no se vende”.

“Tiene usted razón”, replicó López Mateos, “la prensa no se vende: se alquila”.

Era un tiempo en que todavía algunos tipificaban el ejercicio periodístico como un “apostolado”. Un tanto relativo, por supuesto.

Pero vino la “modernidad” y hacia los años setenta, con la llegada del potosino Fausto Zapata Loredo a Los Pinos, se instituyó el afamado chayote. Poderoso estímulo dinerario para generar loas, panegíricos ensalivados a los poderosos.

Y vino el apotegma: “Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan. Mi pantano… es de esos.”

El cambio en la correlación de la propiedad de los medios, inclinada a los empresarios privados y entre éstos los concesionarios del Estado, plagó la actividad periodística de rapaces millonarios.

Banqueros, agricultores, industriales, muebleros, abarroteros de altos vuelos, practicantes de profesiones libres, políticos-empresarios, etcétera, que difícilmente en sus nichos podían poner en negro los balances financieros, encontraron en los medios la gallina de los huevos de oro; mucho oro.

Ahora, en vez de hablar de Libertad de Prensa, se empezó a hablar de “libertad de empresa”. Y el mercantilismo se puso a galope.

El sinaloense Pepe Carreño Carlón, periodista de fuste desde sus mocedades, hace todavía unos cuantos años, escribía: En los tiempos en que el poder político se hacía respetar, los ejecutivos de la televisión se cuadraban como “soldados del Presidente” y sólo por excepción eran recibidos en Los Pinos. Ahora, los Presidentes andan tocando las puertas de las televisoras buscando audiencia de los concesionarios.

Pepe cambió de opinión cuando Televisa le dio su propia barra. Ahora es nada menos que director general del Fondo de Cultura Económica, ente del gobierno. La carga pesa, pero el flete lo compensa.

Antaño, sobre todo cuando señoreaba el periodismo político, algunos practicantes, sobre todo en espacio de opinión, lo ejercían movidos por su militancia ideológica, religiosa o simplemente amistosa.

Hogaño, la etiqueta más cara es la del periodista de consigna, categoría emulada de fiscales y jueces de consigna. Los que actúan, no a conciencia, sino a dictado.

Un famoso reportero televisivo metropolitano, Guillermo Pérez Verduzco, sacó boleto con los profesionales de la lente cuando expectoró: El fotógrafo es el mejor amigo del hombre. La alusión canina, relacionada con la servidumbre a politiqueros, le mereció el odio de esos compañeros de oficio. Ahora, esa figura se asesta a los caricaturistas que andan lamiendo la mano de su benefactor.

De cierto, se sabe que en medios como el diario La Jornada o el semanario Proceso, sólo para citar casos ejemplarizantes, los moneros (cartonistas o caricaturistas), de agudo ingenio y probada autonomía intelectual y artística, con honrada dificultad alcanzan a proveer las necesidades personales y familiares más ingentes.

Viven en extrema medianía. De la falta de dinero para abajo.

En la contraparte, sin caer en injusta tabla rasa, están aquellos “creativos” que esperan mansamente la línea de sus patrones (o de terceros) para descargar su ponzoña sobre víctimas rigurosamente seleccionadas.

Tales especímenes, ensucian el lápiz y envilecen el sentido de lo que en otros alcanza la categoría de arte. Porque, desde Aristófanes, la sátira está catalogada como filosa pero fina expresión de arte.

Los hay de otros empleadores mercenarios: Las agencias de publicidad o de encuestas recurren ahora a la contratación de gatilleros de lápiz y estirador para generar filias o fobias en el público contra aquellos antagonistas que el contratante considera sus enemigos y los quiere descalificar a la mala y hasta borrar de la escena político-electoral.

Gacetilleros y moneros que alquilan sus servicios entran en el paquete que venden a tarifa en dólares aquellos despachos y, obvio, se quedan con la parte de león, repartiendo sólo migajas a los lacayos, que las engullen con apetito de pelón de hospicio.

Hace todavía un siglo, don Porfirio y el propio Madero fueron desgastados y derrocados finalmente, por el corrosivo humor de grabadores y cartonistas.

Con los escritores más aguerridos, algunos de ellos fueron a parar con sus huesos a la Cárcel de Belén de la Ciudad de México, o a las ollas del Castillo de San Juan de Ulúa. De todo podía acusárseles, menos de falta de honradez y de integridad intelectual.

En Sinaloa, hasta los años sesenta, toda una generación de caricaturistas prestigió el oficio y sus andanzas eran compensadas con el simple festejo que de su obra se hacía, con algún barato mejunje etílico, en peñas periodístico-literarias. Merecerían un museo de la nostalgia al menos para recordar a los moneros alquilones que hubo una vez talento y dignidad.

La caricatura y el efecto bumerang

La caricatura tiene una carga de opinión personal, imaginaria, no es una fuerza política, aunque podría ser usada como tal e influenciada para desprestigiar entes opositores. Los monos únicamente son figuras etéreas, delineadas, que en ocasiones no concuerdan con el personaje real, que, al satirizarlo, mitifican, exaltan.

La burla repetitiva, diaria, semanal, también es una especie de homenaje, pues otorga rango al personaje colocándolo en importancia por encima de otros, dibujando una opinión sobre él y convirtiéndolo en más popular.

El caricaturista que odia al personaje caricaturizado aborrece el humor y ésa es su grande y caricatural tragedia. El arte ya no es arte sino la descarga visceral, pues no la motiva la intención de la risa, sino la antipatía y la pretensión de infligir daño. La caricatura denota así fuertes atavismos caníbales. Ese cartonista necesita “comerse” al prójimo, y la caricatura es el único modo en que lo puede devorar simbólicamente.

En un ejercicio crítico sobre la caricatura de la caricatura, el cartonista se refleja en sus propias líneas desnudando sus sentimientos personales. Así la caricatura es un arma de doble filo. La misión del monero entonces se torna perversa. Se le revierte ese juego de hacer creer a los lectores los chistes inventados, fallando su pretensión de hacerlos pasar por realidades.

Exacto, el caricaturista político mayoritariamente parece ejercer una vigilancia de los poderosos, terminando a veces trabajando a favor de los que detentan el poder.

Con información de proyecto3.mx

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