Peña Nieto y las tradiciones del PRI

Enrique Peña Nieto, por si alguien lo dudaba, sí quiere ser Presidente y viene, dice, a representar a la generación “a la que le corresponde, tiene la obligación y está en la gran oportunidad de demostrar que sí se puede renovar la esperanza, construir una mejor nación y vivir en un país tranquilo y seguro”.

¿Pero representa Peña Nieto a esta nueva generación? Se lo pregunté ayer porque todos tenemos en la memoria reciente las ceremonias de su último informe de gobierno y de la toma de protesta de su sucesor Eruviel Ávila. A todos, a algunos seguro con entusiasmo y nostalgia, estas ceremonias nos trajeron a la mente imágenes, sonidos, rituales y formas que pensábamos se habían quedado en el pasado. Peña Nieto las defiende. Dice que la solemnidad, las tradiciones y costumbres del PRI no “riñen en lo más mínimo” con la aceptación y el acuerdo con los nuevos tiempos democráticos que vive el país. Dicho de otro modo, que en una sociedad democrática, las prácticas internas, las tradiciones de un partido no tienen por qué asustar a nadie si ese partido está adaptado al contexto democrático que vivimos, compite por el poder y acepta sus derrotas.

O sea ¿qué más nos da que a ellos les gusten las ceremonias solemnes, grandiosas y personalistas si la decisión que importa se toma en las urnas?

Es cierto, hoy las formas del PRI no son las formas de México, como lo fueron durante muchas décadas, pero hay, sin embargo, razones válidas por las cuales interesarse en la vida interna de los partidos. Un partido es también una cultura donde se forman quienes serán los candidatos y gobernantes de nuestro país. ¿Cuáles son los valores que nos revelan “las formas” del PRI?

En el PRI se valora la disciplina y la obsequiosidad. Uno de los máximos elogios priístas es decir que alguien demostró disciplina e institucionalidad, lo que significa que ese alguien acató sin chistar una decisión que se le impuso, que lo perjudicaba o con la que disentía. La priísta es una cultura cortesana: las jerarquías son muy marcadas y se juega con las formas y el lenguaje para agradar a quien está, en ese momento, en la cúspide de la pirámide. Por eso el ceremonial es tan importante: sirve para reafirmar jerarquías y distancias, importa quién fue invitado, en dónde lo sentaron, al lado de quién y si el líder le dedica o no unas palabras. No se estila hacer cuestionamientos ni críticas a los superiores porque suele implicar el destierro. En el PRI los asuntos de importancia se dirimen entre unos cuantos y en las buenas épocas basta con la voluntad de uno. No les gustan los debates y las discusiones internas, y menos si son públicos, lo asocian con debilidad, ruptura y derrota.

Cuestión de gustos, dirán algunos. El problema es que es una cultura muy poco democrática la que produce al “homo priísta”. ¿Qué pasa cuando los priístas llegan a las asambleas deliberativas de nuestra democracia? Actúan por consigna y se disciplinan a la línea impuesta por sus superiores. ¿Qué tan bien preparados llegan para aceptar las críticas? Suelen ser poco tolerantes e imaginan siempre que hay alguien detrás, con motivaciones ocultas. ¿Qué capacidad de argumentación tienen? Prefieren siempre un buen arreglo a un debate intenso. Entonces, sí juegan según las reglas de la democracia, pero muy a regañadientes.

Dicho esto, no comparto la posición de quienes ven en un posible regreso del PRI un peligro para México. Me parece una forma de menospreciar el enorme camino que todos hemos recorrido: la sociedad hoy tiene una fuerza, una vitalidad y una capacidad de exigencia incomparables. Es un impulso antidemocrático descalificar de esa forma a quien nos disgusta y tememos. Lo mismo se hizo con López Obrador en el 2006 de manera incorrecta y perniciosa. Pero no deja de sorprenderme y preocuparme que 12 años después, esos ritos y esas formas, resulten tan atractivas para tantos. Al menos, es lo que dicen las encuestas.

Publicado en Zócalo

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