Rosa Montero: “No creo en el espíritu; la ciencia es lo único que tenemos”

Carlos Rubio Rosell

Los trastornos mentales son algo básico y bastante más común de lo que la gente piensa. Sin ir más lejos, la Organización Mundial de la Salud señala que el 25 por ciento de la humanidad tendrá, antes o después en su vida, algún tipo de trastorno mental, lo cual quiere decir que prácticamente todo el mundo o bien va a vivir un trastorno mental en sus carnes, o bien va a tenerlo en alguien muy cercano. Por esa razón, como sostiene la escritora española Rosa Montero, lo mejor es normalizar los trastornos mentales.

“Es aterrador”, afirma Montero en entrevista con Laberinto, “que nuestra sociedad actual haya tenido el tabú sobre la enfermedad mental y esa manera de estigmatizar a la gente que la padece, porque ha hecho que a la soledad intrínseca de la dolencia mental —tener una dolencia mental es sentirse solo de una manera muy especial— se añada un tipo de soledad social, la cual condena a la gente con trastornos mentales a vivir un infierno”.

Autora de novelas como Crónica del desamor, Amado amo, El corazón del tártaro, La carne o La buena suerte, Montero publicó recientemente el libro El peligro de estar cuerda (Seix Barral), una obra híbrida a caballo entre la ficción, la autobiografía y el ensayo, en el que la escritora y periodista ha querido responder a dos preguntas básicas: qué es eso que llamamos locura y cómo funciona el cerebro creativo.

Por primera vez en toda su obra, dice la escritora y periodista madrileña nacida en 1951, en este libro ha dado respuestas a una serie de preguntas que le daban vueltas en la cabeza desde que era pequeña. “Preguntas e inquietudes que he ido rumiando toda mi vida”, relata.

“Una de ellas, la de la salud mental y la cordura, qué entendemos por realidad y qué entendemos por fantasía y cómo funcionan las cabezas que tenemos llenas de imágenes y que nos obligan a hacer una cosa absurda que es encerrarnos en una esquina de nuestras casas en soledad, dedicándole horas y horas de tu vida a inventar mentiras, una actividad en realidad muy estrafalaria. Esas dos cuestiones las he ido devanando toda mi vida y están apuntadas en mis libros más mestizos, aunque también están en mis novelas, donde hay muchos personajes que tienen trastornos mentales. Así que para mí lo portentoso de este libro es que me ha contestado esas preguntas que me venían dando vueltas en la cabeza durante toda mi vida”. Consideradas dentro de su producción narrativa de ficción —que le ha valido galardones como el Nacional de las Letras Españolas o el Primavera de Novela—, La loca de la casa, La ridícula idea de no volver a verte y El peligro de estar cuerda son las obras más personales de Montero. La autora las distingue del resto de novelas y califica esos tres libros de “artefactos”, porque se trata de híbridos que tienen parte de ficción, autobiografía y ensayo. “En conjunto, sé con total certidumbre que escribo mucho mejor que cuando empecé a publicar, lo cual quiere decir que he ido perdiendo la conciencia del yo, me he ido borrando cada vez más para ser una especie de médium de las historias que te susurra el inconsciente; y por otro lado, he ido encontrando cada vez más herramientas de la carpintería del lenguaje; es decir, los libros antes de ser reales, antes de ser tinta, son una especie de nebulosa cósmica dando vueltas en la cabeza, y realmente tiene luz, chispas, color, movimiento, ritmo y música, pero el problema es pasarlo de la cabeza al papel, y para eso sirve esa carpintería del lenguaje, de la escritura, del oficio, y ahí he aprendido muchísimo, porque antes de lo que tenía en la cabeza a lo que salía escrito había una diferencia muy grande, y ahora está muy cerca lo que consigo”.

—¿Qué es la locura, uno de los temas centrales de El peligro de estar cuerda?

Según el científico estadunidense Eric Kandel, todos los trastornos mentales se deben a fallos en el cableado de la comunicación neuronal. Pero esa respuesta parece muy clara y definitiva; por otro lado, las cosas se complican porque esos fallos, que son fisiológicos, pueden producirse o mejorarse por factores ambientales, así que lo que vivimos también tiene relación y no es solo una cuestión física: lo ambiental repercute en lo orgánico. Por otro lado, esos fallos pasan más inadvertidos, aunque de pronto hay personajes que podrían fácilmente haber pasado por locos y resulta que no, que pueden pasar por místicos, como es el caso, por ejemplo, de Zaratustra. Así que dependiendo de lo que predomine en la cultura de determinado momento histórico, estarás más o menos considerado loco.

—¿El escritor es hoy un trastornado mental?

No. En absoluto. Es más, todos los expertos coinciden en que los artistas no son trastornados mentales, por lo menos graves, que es lo que se suele entender por locura o trastorno mental, como psicosis graves. Si un artista llega a la psicosis, la creación se acaba. Hay muchas pruebas de ello. Así que no es que haya que estar loco para ser artista. Lo que pasa es que, según mi teoría, sí puede haber algunos fallos en el cableado neuronal, y entonces son como primos hermanos de la gente con trastornos mentales graves, porque nuestro cableado es distinto, nos hemos saltado uno de los procesos de maduración cerebral; tenemos cerebros más inmaduros. Pero posiblemente nuestra diferencia no sea cualitativa sino cuantitativa; es decir, que los fallos de la gente con graves trastornos mentales quizá sean mucho más graves. Rosa Montero: «Los sueños nos permiten estar más sanos. Y para mí las novelas tienen la misma función».

—Carlos Fuentes señalaba que la novela altera la conciencia. ¿Qué le parece esta idea?

Las novelas son sueños que se sueñan con los ojos abiertos. Y salen del mismo lugar del inconsciente de donde salen los sueños. En ese sentido, para ser un novelista maduro uno tiene que borrar su yo y meterse en esa especie de delirio autocontrolado. Así que estoy de acuerdo con Fuentes, porque parece que es un estado paralelo, aunque no es un delirio psicótico, lo cual cambia radicalmente las cosas. En todo caso necesitamos las novelas para ser menos enfermos de lo que ya somos. Si uno hace pruebas clínicas y tomamos a una serie de sujetos para dormir, cuando llegan a un determinado estado donde empiezan los sueños y los despiertas y no los dejas soñar, al cabo de poco tiempo presentan un estado psicótico. Así que los sueños nos permiten estar más sanos. Y para mí las novelas tienen la misma función, aunque no es que nos alteren la conciencia en plan evolutivo.

—Habla en esta obra de manías, adicciones, fobias, ¿por qué nuestra cabeza sufre tanto?

No tenemos mucha idea de lo que es el cerebro. Es un extraordinario aparato biológico del cual no controlamos realmente nada. Como dice el neurocientífico David Eagleman, la relación que tenemos con el yo consciente y a la que damos tanta importancia, en realidad ocupa en relación con la totalidad del cerebro el mismo porcentaje que un polizonte en un transatlántico. Así que toda esa actividad cerebral enorme y sumergida, que es la que nos permite ser y jugar a ser personas, es tan incontrolable, que el pobre yo consciente realiza miles de recursos no muy buenos para intentar sobrellevar el miedo, la sensación de irrealidad, el caos de la vida, la indefensión del ser humano. Y muchas veces las manías tienen ahí su origen, en tratar de poner orden en el desorden insoportable de la vida para intentar sentirte más protegido.

—¿Hasta qué punto la ciencia olvida la otra parte del mundo interior de las personas que está relacionada con eso que se llama espíritu?

Yo no creo en el espíritu. A mí me encanta la ciencia y la ciencia es lo único que tenemos, aunque también hay que decir que existen muchos científicos cretinos reductivistas. Pero al menos el 51 por ciento no son así. Lo único que tenemos es la prueba y el error.

—¿Y la filosofía?

La filosofía es una ciencia lógica. Estudias modelos del mundo desde el pensamiento, pero eso no dice nada que vaya en contra de la ciencia. Si no hacen filosofía de ese modo, lo que están haciendo es religión.

—Es que a veces la ciencia se erige como otra religión más…

No lo creo. Repito que hay científicos dogmáticos, pero son los menos. Para mí la única vía de conocimiento de la realidad es la ciencia. La única. El pensamiento, la buena filosofía, no tiene ninguna contradicción con las ciencias. Y las cosas que se nos escapan es porque no las sabemos.

—¿Cree que acabaremos por saberlo todo?

Lo dudo, pero iremos sabiendo. Y no porque haya un misterio que no se pueda conocer, sino porque nos vamos a exterminar antes. Y las cosas que se nos escapan no es porque sean incognoscibles, sino porque no hemos llegado a comprenderlas.

—¿Cómo se equilibra el mundo interior y el mundo exterior?

De acuerdo con su contexto cultural histórico. Si ahora digo que me acabo de encontrar en el ascensor al demonio, y que huele a azufre y que me ha enseñado una lengua bífida, se podría pensar que me ha dado un brote psicótico; pero si esto mismo ocurre en el siglo XII, parecería lo más normal, y me preguntarían si he enseñado la cruz o qué he hecho. Así que depende del entorno cultural y de que seas viable como persona o no que te llamen loco.

Publicado en Milenio

Otras notas que pueden interesarte