Las mujeres al frente de la transformación: la década decisiva (2023-2033)

Teresa Incháustegui Romero

Por varias razones, México se encuentra hoy en un parteaguas histórico frente a una de las últimas oportunidades que se le presentan, para tomar un rumbo con perspectivas de desenvolvimiento y mejoramiento en desarrollo humano, bienestar social, expansión cultural y prosperidad material, para lo que sigue del siglo 21. Una centuria que, por cuestiones como el llamado cambio climático, así como por la pugna geopolítica entre Occidente (EU-Europa) y Eurasia (Rusia-China-Irán, India et Al) será sin duda un largo ciclo de riesgos y amenazas, algunas de las cuales pueden llegar a ser catastróficas.

Este parteaguas lo constituyen, primeramente, que estamos a solo una década que se revierta el llamado bono demográfico del que gozamos de los años noventa y hasta el 2020. Los demógrafos llaman bono demográfico a la reducción de población dependiente –formada por niñas, niños, adolescentes y personas adultas mayores, discapacitados– que no forman parte de la población económicamente activa y que por tanto dependen para su manutención del ingreso que pueden obtener las personas del hogar que trabajan y reciben ingresos. Hasta los años setenta y por efecto del boom demográfico en México, teníamos un perceptor de ingresos por hogar por cada cinco personas dependientes. Mientras para los años noventa esa relación se invirtió exactamente, teníamos una sola persona dependiente por cada cinco perceptores de ingreso por hogar.  

Desde esta perspectiva, nuestros mejores años para crecer, mejorar en condiciones de vida en los hogares y alcanzar un nuevo piso de bienestar ya pasó, y como hemos revisado en otras colaboraciones, nuestra juventud mejor formada o más emprendedora migró o se perdió en la precarización del empleo, que fue la base para el modelo de competitividad que se impuso entre los noventa y hasta hace unos años; otra parte se marginalizó o se inscribió a las filas el ascenso social por actividades criminales. Como se ve en la gráfica que adjuntamos, tomada de un estudio de la CEPAL (2013) a partir de 2030 la población dependiente en los hogares esta vez por el crecimiento de las personas adultas mayores-comenzará a subir y el bono habrá desaparecido.  

El segundo elemento es el proceso de regionalización económica que ha tomado un nuevo aire, a partir de la postpandemia. Aun cuando se puede advertir una intención de las élites estadounidenses (republicanas) por impulsar una relocalización industrial de vuelta en su territorio, el desafío de la competitividad económica con Asia y la escasez de mano de obra joven blanca y formada en cantidades suficiente (2 millones al año) hacen prácticamente imposible que puedan prescindir de las oportunidades que les ofrece nuestro país para el abastecimiento de insumos productivos y alimentos. Pero el arco de tiempo para que nuestros jóvenes de ambos sexos puedan aprovechar estas oportunidades y potenciar su formación profesional o técnica,  no están abiertos de forma perenne. Por lo que aprovechar esta apertura resulta crucial

Un enorme desafío que no podemos seguir ignorando, son los efectos del cambio climático en nuestro país. En diversos análisis y estudios prospectivos de este proceso se ha considerado a México como un territorio especialmente amenazado por los efectos del calentamiento global. Su carácter semidesértico, sus extendidas costas marítimas, su gran extensión del trópico, pero también por el grado en que avanzan la deforestación, la desecación y contaminación de acuíferos, la sobreexplotación de especies, ante la pasividad de gobiernos estatales y las pocas medidas y acciones del gobierno federal para corregir y revertir estas tendencias. 

Ante ese panorama que pinta de gris con negros, México cuenta con un activo muy importante: sus mujeres. El llamado bono de género que es mucho más que una razón o proporción demográfica. Definido de manera amplia, el bono de género se refiere al aumento de la producción económica per cápita que se genera conforme se avanza hacia la paridad entre mujeres y hombres en el mercado de trabajo. Estudios de la CEPAL y otros organismos internacionales han mostrado desde los años setenta, que el ingreso y el bienestar en los hogares se eleva a medida en que se incrementa la participación económica de las mujeres. Con el bono de género afirman que en América Latina este incremento fue entre 60 y 90% de su ingreso entre los años noventa y 2010. En cambio, la reducción de la participación femenina en el mercado laboral eleva la pobreza de 6 a 22% en los hogares.

La fuerza de trabajo femenina es la que más impulso y formación ha adquirido en los últimos treinta años. El salto educativo formación técnica y profesional realizado por las mujeres es impresionante. Actualmente son las más preparadas y formadas de la región latinoamericana, con más años de escolaridad promedio y niveles de innovación empresarial muy destacables. Siete de cada diez empresas nuevas formadas en la región son de mujeres. Las jóvenes llevan una carrera de ascenso y liderazgo en diversos campos antes vedados o restringidos como el deporte, la comunicación, la ciencia, la arquitectura, el desarrollo tecnológico.  Son también innovadoras en diversas técnicas y tecnologías de conservación, recuperación y cuidado de la naturaleza y conforman estilos de liderazgo menos auto centrados que sus compañeros varones, siendo más empáticas con las comunidades y más comprometidas con el cambio en actitudes, conductas y valores. En este sentido el bono de género es también un bono en pro de la transformación, del impulso a los cambios necesarios para hacer posible sociedades más integradas y respetuosas de la naturaleza y de los otros/otras/otres.

Para aprovechar ese bono se requiere un decidido impulso a la igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres y un compromiso serio por la transformación de los regímenes de género que prevalecen en nuestro país. Igualdad laboral; redistribución de cargas de cuidados entre el estado, las empresas y los hombres y mujeres; promoción del cambio de las masculinidades a favor de modelos más empáticos a la no violencia, los arreglos pacíficos, el cuidado de sí y de otros. Superación de todas las formas de misoginia y violencia contra las mujeres y lo femenino; institucionalización de los derechos de los niños para reducir los conflictos parentales por pensión y cuidados. Todo esto como parte de un nuevo estado de bienestar que dignifique y valorice el trabajo y a los/las/les trabajadores, sistema de salud y seguridad social universal, vivienda y hábitat dignos; servicios básicos para todes; reducción de la desigualdad territorial, espacios para el disfrute gratuito de tiempo libre y equipamientos y transporte urbanos incluyentes, así como un mejor equilibrio con la naturaleza y las especies.

Eso es lo que tenemos que evaluar en la oferta que nos presenten las y los candidatos a suceder en la presidencia de la república. Tendremos que ser muy vigilantes y críticos ante ese panorama, pues los habrá quienes nos vendan cuentitas de vidrio mientras sus intereses reales serán dirigir el país por las rutas de la sobre explotación de personas y recursos para beneficio de unos cuantos como ocurrió en las décadas del neoliberalismo

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