El éxito de Wendy Guevara y las lecciones para el mundo laboral

Blanca Juárez

Qué feliz responde la llamada Jessica Marjane Durán. Pronto tiene que volver a clase y lo hará latiendo en una memoria que Wendy Guevara le ha traído: “El niño que fui está orgulloso de la mujer que hoy soy”, dice poco antes de despedirse.

Este fin de semana, Wendy Guevara, una mujer trans creadora de contenido en redes sociales, ganó el reality show La Casa de los Famosos. Su triunfo irradió a la población trans que finalmente se vio representada en la televisión con otra narrativa. También entusiasmó profundamente a mujeres y hombres cisgénero aliados de la lucha trans.

Y sí, su brillo llegó a las ganancias de la televisora, que reportó un rating histórico superando la audiencia en la Copa del Mundo de Qatar 2022. El informe de TelevisaUnivision indica que la final del programa, el domingo 13 de agosto, fue vista por 21 millones de personas.

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Es cierto, existe una instrumentalización de marcas y empresas sobre el tema, pero por eso hay que seguir conversando de lo que Wendy Guevara compartió de la manera más sincera y generosa en las 10 semanas que duró el programa, coinciden Jessica Marjane, abogada y fundadora de la Red de Juventudes Trans México, y Alix Trimmer, fundadora del despacho jurídico Laboral Interseccional (Lain).

Son muchas las lecciones que su participación dejó en torno la discriminación, la transfobia, el racismo y el clasismo estructurales en muchos espacios, como el laboral. Porque el desempleo no comienza cuando se niega un trabajo.

En los relatos de Wendy Guevara, que dejaba con asombro o repugnancia a sus compañeras y compañeros, se asoma la falta de formación profesional por la violencia y deserción escolar, el escaso apoyo familiar al inicio de su transición, la pobreza, y la discriminación laboral a “las vestidas”.

Pero la reivindicación y dignificación del trabajo sexual, la creación de redes de amistades que han sido su otra familia y, finalmente una historia que no sólo es trágica, sino que resplandece, es de lo que las activistas quieren hablar.

El primer obstáculo en el desarrollo

“Desde una perspectiva jurídica y de activismo por la justicia social, la primera gran lección que nos da Wendy es sobre el derecho al libre desarrollo de la personalidad”, dice en entrevista Jessica Marjane.

“Éste es uno de los derechos básicos que tenemos para manifestar nuestra expresión de identidad y desarrollar nuestro proyecto de vida, lo cual tiene que ser respetado por la sociedad”.

Y la historia de Wendy Guevara muestra cómo a partir de la garantía de ese derecho fundamental deriva el ejercicio de otros.

Un día, ante una de las múltiples correcciones que Apio Quijano le hacía por su forma de expresarse, Wendy le dijo: “Es que no sé. No fui a la escuela”. El exintegrante del grupo Kabah le había asegurado: “Si nos hacen preguntas, tú sí vas a súper perder. Yo creo que tú nunca vas a ser líder de la casa”.

Pero la respuesta de Wendy fue explicarle: “Nomás estudié un mes, creo, o 22 días, de primero de secundaria y me salí. Ya sabes, me buleaban por jota, que porque mi preferencia sexual y así. Me tenía que pelear siempre, entonces mejor ya no estudié y ya”, le contó fastidiada.

En México, el 15% de la población LGBT+ de entre 15 y 17 años de edad no asiste a la escuela, mientras que esa tasa para la población con orientación sexual e identidad de género normativa es de 8 por ciento, según la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y Género (Endiseg).

Sin embargo, parece ser que si las infancias LGBT+ tienen una oportunidad de estudiar, la aprovechan. En el grupo de 18 a 29 años de edad, el 53% de las juventudes no binarias siguen en el sistema educativo, mientras que apenas el 47% de las personas cisgénero continúan matriculadas.

Díganselo a Jessica Marjane, mujer trans, descendiente indígena, abogada; defensora de derechos humanos; fundadora de Juventudes Trans, una red interseccional para generar procesos de justicia restaurativa; impulsora de la reforma al artículo 135 bis del Código Civil de la Ciudad de México, para el reconocimiento de la identidad de género en el acta de nacimiento, y que a sus 30 años ha comenzado su segunda carrera: fisioterapia.

“Ya se ocupó la vacante”

“Y la gente que nos está viendo, yo creo que puede decir: ‘Ay, pero por qué no trabajabas’”. Otra vez, Wendy, la magnética, tenía a sus compañeros, compañeras y miles de personas espectadoras escuchándola.

“Sí quería trabajar (…), con mis amigas Paola, Kimberly y Karina tocábamos en las fábricas donde estaban los cartelones de ‘Se solicita adornadora’, que son los que limpian zapatos en León (Guanajuato). Pero nos veían vestidas o maquilladas y no nos daban el trabajo. ‘No, ya se ocupó’, nos decían, y volvíamos a pasar y el letrero ahí. Como nos veían de trans, no nos daban trabajo”.

La madre de Wendy era trabajadora del hogar, así que intentó colocarla en esa misma actividad. “Me mandó con señoras donde les hacía el aseo”, pero los salarios no compensaban las tareas que debía realizar, contó. “A una niña siempre que iba le tenía que lavar la cama porque se orinaba”.

De acuerdo con la Endiseg, apenas una tercera parte de las personas LGBT+ se siente muy satisfecha con su empleo. Esa misma encuesta señala que la mayoría, el 25%, labora en actividades de apoyo y agropecuarias. El 13% se dedica a servicios personal, frente al 8% de las personas cisgénero. Sin embargo, ocupan ligeramente más puestos de directivos: 4.6% frente a 4.3% para la población binaria.

También señala que el 28% recibió un salario y prestaciones laborales diferentes al de sus colegas, les fueron expresados comentarios ofensivos o burlas y vivió situaciones de rechazo social en el trabajo. Ese porcentaje disminuye a 18% cuando se trata de personas con orientación sexual e identidad de género normativas.

Si las personas trans logran ser contratadas, no han librado todos los obstáculos. La discriminación en un centro laboral “se vive desde la concepción de las vacantes, luego en la entrevista, en los trámites de quienes fueron contratadas pero cambiaron o desean cambiar su identidad, en el uso de baños o vestidores, en los permisos para hacer las modificaciones a sus documentos”, enlista Jessica Marjane.

“Frente a ello, las opciones son autoemplearse, como es el trabajo sexual o generar contenido en redes sociales”, agrega. Durante un tiempo, Wendy trabajó lavando baños en un antro gay en su natal León. Luego, ascendió a garrotera, es decir, se encargaba de lavar los vasos. Su jornada empezaba muy tarde en la noche y salía a las 6 de la mañana.

Renunció y viajó a la Ciudad de México, con su amiga Paola, quien trabajaba en el corredor de Tlalpan ofreciendo servicios sexuales. Pero no duró mucho tiempo. Hay “mucha competencia, son muchas; por cada zona, unas 15 o 18”, contó en el reality. En el lugar donde ella comenzó el trabajo sexual en León eran máximo seis mujeres.

“En un punto, más para allá, estaban muchas que robaban y por ellas se desquitaban con otras”. “¿Y las mataban?”, le preguntó Poncho de Nigris. El promedio de vida de una mujer trans en México es de 35 años de edad, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

“El trabajo sexual tienen que ser reconocido como un trabajo no asalariado y como un proyecto de vida, como dice la activista Natalia Lane. Tiene que ser una alternativa más, no una imposición y una única salida”, señala Jessica Marjane.

Si vas a renunciar a ti, mejor renuncia al trabajo

“La presencia de una persona como Wendy Guevara en uno de los medios tradicionales de mayor poder en nuestra sociedad da visibilidad”, dice la abogada laboral Alix Trimmer. Y desmonta el personaje, agrega, porque así son concebidas las personas LGBT+ en la televisión.

Es un gran triunfo para la comunidad trans, para las personas racializadas y discriminadas por la clase social, apunta. Por donde quiera que vea, “debe ser celebrado” y reflejado en los espacios de trabajo, apunta Alix Trimmer, mujer cisgénero pansexual.

Las empresas tienen que buscar capacitación constante, “reajustar los parámetros de recursos humanos tradicionales con una visión de diversidad amplia. Poner el logo arcoíris en junio es un esfuerzo aislado” si no hay cambios estructurales.

Alix Trimmer insiste: “Es un triunfo que me llena como integrante de la comunidad LGBT+ y como mujer, porque es la muestra de que esos espacios siempre tuvieron que haber sido nuestros y los estamos reconquistando”.

Las personas cisgénero “nos han visto como inferiores, peligrosas, enfermas, delincuentes”, dice, Jessica Marjane. Pero “Wendy me recordó que podemos responder a esa violencia con creatividad y humor, que somos unas chingonas. Ser trans es una posibilidad, no tendría que ser un obstáculo”.

Y esa posibilidad la ha podido vivir ella, lo que quizá en sus primeros años de vida le pareció algo lejano. “Me conmovió mucho la infancia de Wendy porque las personas trans tenemos una historia y tenemos el derecho de nombrar quiénes fuimos y quiénes somos ahora. Si de algo estoy segura en este momento es que no tienes que renunciar a ser tú para estar en un lugar”.

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