La marea ciudadana

La ola solidaria y generosa que ha surgido en México después de los sismos y el huracán de septiembre nos ha llenado de orgullo y de entusiasmo. Ríos de gente, por todos lados, ayudando o queriendo ayudar. Estampas llenas de brazos, filas, cadenas para repartir café, agua y comida. Miles de manos retirando escombros, distribuyendo medicinas y herramientas. Jóvenes y jóvenes por todos lados. Y la ilusión de que México puede cambiar.

Los más optimistas piensan que este será un punto de quiebre en el devenir de la sociedad mexicana. Otros piensan que es temprano para saber si esto significará cosas mayores que vayan más allá de la respuesta inmediata frente a la tragedia y la desventura de tantos.

Como sea, no es poca cosa lo que está pasando. Empiezan a surgir indicadores. En el estudio México: Política, Sociedad y cambio, de GEA–ISA, dado a conocer ayer, claramente se observa –como se puede ver a simple vista– que la respuesta social frente a los sismos muestra “… una sociedad solidaria, con enorme capacidad organizativa y de exigencia a las instituciones públicas”. El dato revelador es que: “86% de los entrevistados en los estados que sufrieron por el sismo participaron en actividades de solidaridad”.

Entramos al final de las tareas para rescatar cuerpos y sobrevivientes. Empieza la etapa de la reconstrucción. Los cálculos gubernamentales sobre el tamaño de la tragedia y los recursos que se requerirán señalan una cifra cercana a los 40 mil millones de pesos, cifra que crecerá, sin duda. No contempla aún otros tipos de infraestructura como hospitales y nosocomios. Tampoco hay censos finales de los daños en la capital, Morelos, Puebla y Guerrero.

La cifra señalada el miércoles en Los Pinos es grande, pero muy lejana de lo que realmente será, según algunos especialistas. Miguel Pulido y Diego de la Mora, expertos en presupuesto y políticas públicas, dijeron ayer que si se revisa el patrón de los últimos años respecto a lo que se proyecta para trabajos de reconstrucción que cada año se presentan –porque cada año hay devastación en algún lado–, la cifra que se calcula en un primer momento, invariablemente, se multiplica por 10 a la hora de realizar los trabajos. Si eso ocurre ahora, como sería de esperarse, el costo total de la reconstrucción oscilaría entre 400 y 500 mil millones de pesos.

No hay vuelta de hoja, tendrá que venir una importante reorientación del presupuesto nacional. Hay partidas presupuestales que son, de por sí, altamente criticables y frente a la emergencia quedan aún más expuestas. Se destaca, sin duda, lo relacionado con el dinero público usado para la autopromoción de los gobernantes –prohibida expresamente en el Artículo 134 de la Constitución. En un contexto como este, resulta insostenible que se mantengan dentro del presupuesto nacional partidas millonarias que, más que servir, ofenden a los ciudadanos.

Según el informe de Fundar Contar lo Bueno Cuesta Mucho, de 2013 al primer semestre de 2017, el Gobierno de Enrique Peña Nieto ha gastado 37 mil 725 millones de pesos en publicidad gubernamental. La misma cifra de la que se habló el miércoles para la reconstrucción por los sismos de septiembre. Si se mantiene la tendencia, al terminar el sexenio el Gobierno habrá desembolsado 60 mil millones de pesos de dinero público para transferirlo a campañas publicitarias que –las más de las veces– no tienen utilidad pública alguna. Que sirven para transferir recursos públicos a los grandes medios y con ello congraciar al poder en turno con quienes detentan el poder mediático. Eso es algo de lo que debe cambiar.

El impulso tomado hoy por la sociedad mexicana frente a la tragedia deberá traducirse en un nuevo aliento y en nuevas formas de organización social que permitan modificar al actual estado de cosas. Que la marea ciudadana se convierta en una nueva dinámica social más exigente, más participativa y mejor organizada que impida que lo que viene vuelva a quedar en manos de solo unos cuantos. Tendrá que venir un trabajo formidable de esta sociedad que salió a las calles, para traducir esa inmensa fuerza en algo que trascienda a la tragedia. Se trata de un cambio sustantivo para el pueblo mexicano: pasar de testigo a protagonista, tal como lo ha hecho ya a lo largo de casi dos semanas.

Publicado en Zócalo

Otras notas que pueden interesarte