Una caravana atrapada

¡Qué difícil lo tienen quienes se proponen de alguna manera cambiar el mundo! Por pequeño que sea su objetivo. Ahí tienen a Javier Sicilia y a Julián Lebarón recorriendo mil kilómetros, escuchando testimonios de miles de víctimas de la violencia, elaborando un discurso nuevo, diferente, tratando, no sin dificultad, de escapar de la lógica simple de confrontación entre un ellos y un nosotros, y una semana después, cuando le ceden la palabra a sus seguidores, éstos les devuelven un texto ajeno del todo a sus esfuerzos y al espíritu de la caravana. Algunos ejemplos. En Monterrey, Julián Lebarón dijo: “Me queda cada vez más claro que las mexicanas y los mexicanos somos profundamente ignorantes y terriblemente pobres. No tenemos, ni entendemos, la noción más elemental de comunidad: somos ignorantes. Y no somos capaces de ver a los otros como seres humanos: somos pobres […] Es por eso que en esta plaza no hay 100 millones de personas tomadas de la mano para repudiar la muerte de más de 40 mil de nosotros. ¿Dónde están? […] Todos los que no están aquí es porque hay algo que les importa más que la vida. Así de simple”. En el texto del pacto, muy lejos de este espíritu de autocrítica, somos una sociedad fabulosa víctima de los otros: “Somos un México que se ha puesto de pie ante las múltiples violencias que lo han desgarrado, que han horadado su tejido de solidaridad, que han lacerado la generosidad natural de nuestro pueblo. Somos un México que camina, cansado de que le siembren temor y desconfianza, cuando lo que en nuestra gente brota son el abrazo y la fiesta. Somos un México harto de la impunidad, del crimen, de la inseguridad, porque en el día a día ama la justicia, la solidaridad y la paz”. La culpa de que haya familias enteras dedicadas al secuestro o de que algunos de nuestros jóvenes estén dispuestos a torturar y a descabezar es culpa de los otros, del Gobierno actual y de todos los gobiernos que lo han precedido y, por supuesto, consecuencia de “nuestra dependencia y sumisión a los intereses imperiales”. En San Luis Potosí, Lebarón dijo: “La violencia no está ni en las armas ni en las drogas. La violencia está en nosotros. Las instituciones, Gobierno, Ejército y Policía también son ciudadanos, no son cosas ajenas a lo humano… Juntos creamos la violencia, todos los días, o la dejamos que exista. Y sólo juntos vamos a poder terminar con ella. Estoy convencido que tenemos que revisar nuestra vida cotidiana, hay que empezar por ahí. Porque la violencia se esconde en los pequeños detalles y se hace invisible y después nos devora”. En el texto del pacto no se dice nada de las soluciones locales que dependen de nosotros, ahí las exigencias y los planes de acciones son: la salida inmediata del Ejército de las calles, la toma simbólica del Banco de México y juicios políticos contra Felipe Calderón, Genaro García Luna y Javier Lozano. De la exigencia de Javier Sicilia de que cambie la estrategia seguida por el Gobierno en la lucha contra el crimen organizado pasamos a la definición de que vivimos “una guerra contra el narcotráfico, que oficialmente no existe, pero que en realidad es una guerra contra el pueblo”. De la mano tendida para dialogar con todos, a un movimiento que hace emplazamientos y se dice dispuesto a expresar sus demandas al Estado “no porque tengamos confianza en ellos ni les queramos legitimar”, sino porque están “obligados a responder a nuestro emplazamiento ético”. Al terminar de leer el Pacto de Ciudad Juárez me imaginé a Lebarón y a Sicilia muy cansados. No por el trayecto y las largas jornadas, sino por esa lucha titánica en contra de los viejos reflejos. Ahí siguen, es un hecho, esperemos que no intactos.

Publicado en informador.com

Otras notas que pueden interesarte