Jueces mexicanos son laxos con sacerdotes pederastas, afirma Bernardo Barranco

Diego Badillo

Los abusos sexuales cometidos por ministros de la iglesia son, ante todo, un acto criminal y como tal deben ser procesados por la justicia civil; además, son hechos que contradicen la esencia de la misión de la iglesia como institución, plantea Bernardo Barranco Villafán.

En entrevista, el coordinador del libro “Depredadores sagrados. Pederastia clerical en México”, editado por Grijalbo, subraya que se trata de delitos que implican el sometimiento de menores de edad, para satisfacer patologías sagradas que generalmente son toleradas por la autoridad civil, que se comporta omisa y contribuye a que esos delitos queden en la impunidad.

El libro reúne nueve ensayos de Mónica Uribe, Ruth Casas, José Barba-Martín, Ana Lucía Salazar, Cristina Sada, Daniel Portillo, Leopoldo Cervantes-Ortiz, Erika Barrón y del propio Bernardo Barranco, en los que se aborda el problema en México, desde diferentes aristas. También contiene una cronología del fenómeno en la que hay protagonistas tristemente célebres: los padres Gerardo Silvestre HernándezMarcial Maciel Degollado (fundador de los Legionarios de Cristo), Nicolás Aguilar Rivera y el cardenal Norberto Rivera Carrera, al que Barranco describe como un criminal que encubrió la pederastia y por lo tanto tiene cuentas pendientes con la justicia y del cual Mónica Uribe expone acciones y omisiones que permitieron que decenas de niños fueran violentados.

—¿La pederastia clerical es algo que existía o sigue existiendo en México?

—Es algo que está planteado a lo largo de la historia de la iglesia. Acá el tema es que la pederastia es, ante todo, y lo digo en la introducción, es un acto criminal. Es la profanación y el sometimiento del cuerpo de un menor para satisfacer patologías y perversiones sagradas.

Es el abuso que hace el clérigo, no solo frente al menor, sino el abuso de su investidura simbólica. La iglesia se maneja por valores y los valores, los principios, la ética, se ven quebrantados por este tipo de criminalidad sexual. Entonces, en ese sentido, el clérigo, el pastor, el cura contradice, no solamente las leyes, porque es un acto criminal penado por la ley secular, sino que contradice la esencia de su misión, que es una esencia que está en el ámbito de los principios y de la moralidad.

Por eso es que los focos son muy centrados en la iglesia, particularmente en la iglesia católica, donde se han dado grandes escándalos, pero en el libro hay un capítulo de los escándalos en otras iglesias protestantes y evangélicas, donde es igual e incluso hay pactos de silencio entre ellos.

La pederastia no es exclusiva de la iglesia católica, es un fenómeno que se da y se da más en las familias, donde los padres, los tíos, los abuelos, los primos de los que cometen este tipo de actos, pero adquiere una dimensión muy particular en la iglesia católica y en las demás iglesias.

—¿Cómo trata la justicia civil a los religiosos pederastas?

—Generalmente hay una cierta tolerancia; hay impunidad. Hay casos muy concretos, donde las leyes se han aplicado con rigor, pero son garbanzos de libra. En general, las autoridades han sido omisas frente al tema de la pederastia clerical.

Es el caso del padre (Gerardo) Silvestre (Hernández), en Oaxaca, que violó a más de 100 niños que no hablaban español, que los emborrachaba y abusaba de ellos, felizmente tuvo un peritaje que resultó contundente y tuvo una jueza que fue implacable, pero eso no es común, más bien los poderes del gobierno: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, son muy laxos frente a la pederastia clerical.

—¿Por qué ocurre la pederastia clerical?

—Es un problema de perversión sexual. Es un problema de poder. Hay una explicación de Michel Foucault en el libro “Historia de la sexualidad”, que plantea que los hombres de poder que son impunes, que manejan a su antojo la voluntad de los ciudadanos o de los feligreses, se sienten intocables y, por lo tanto, son dueños de las conductas, de las almas y por lo tanto de sus cuerpos y piensan que pueden hacer lo que quieran con sus almas y con los cuerpos de sus feligreses.

Entonces, el tema de los abusos sexuales está vinculado al tema de las perversiones, muy ligado al tema del poder, del pecado y de la culpa.

Incluso, muchas de las víctimas guardan silencio porque, en cierto sentido, se sienten culpables frente a estos temas, sobre todo cuando son niños, que son sensibilidades muy inocentes, son manipulados, son seducidos por estos depredadores sagrados e incluso los hacen sentir culpables de que fueron ellos los que propiciaron ese tipo de relaciones patológicas.

Por eso es que el título del libro es muy agresivo: Depredador. Es un delincuente con motivaciones sagradas porque en el fondo es un manipulador.

—Plantea en el libro que después de escándalos de este tipo, la iglesia católica se atrincheró en una narrativa en la que se expone como asediada de enemigos externos. ¿La iglesia sigue instalada en esa actitud?

—Hay un artículo de Daniel Portillo, que es un sacerdote joven que plantea todas estas disyuntivas, hay desde aquellos que se atrincheran, desde aquellos que siguen pensando que hay un enemigo externo que quiere dañar a la iglesia y que por lo tanto la iglesia tiene que cerrar filas.

Hay otros, como el papa Benedicto XVI, que dicen que la iglesia se contaminó por la sexualidad occidental moderna, sobre todo a partir de 1968, con la revolución sexual, y entró en una suerte de frenesí de delirio.

Otros, como Daniel Portillo, plantean que no hay que atrincherarse, ni meter la cabeza como avestruz, porque la iglesia ha sufrido y ha sufrido un daño irreparable, que es en su autoridad moral y su misión está siendo afectada y hay caída de fieles, por ejemplo, en Chile de casi 50%, por casos de abuso sexual, en menos de 10 años. En Estados Unidos la feligresía ha decrecido en un 30% por los escándalos de este tipo.

Eso quiere decir que hay consecuencias muy graves y si la iglesia continúa con esta narrativa superficial de pedir perdón, de tener palabras tersas, de ser muy compasiva y, aparentemente muy sensible al tema, pero que no hace nada, va a seguir en escándalos y en esta debacle que está experimentando desde hace varios años.

—Destaca el texto que escribe Mónica Uribe sobre el cardenal Norberto Rivera. ¿Qué representa Norberto Rivera en este episodio de la iglesia en México?

—Norberto Rivera tiene una cuenta pendiente con la justicia porque es un encubridor de criminales. Es un problema muy grave. Imagínese usted que un ciudadano proteja y encubra un acto criminal.

Por eso empecé diciendo que la pederastia es, ante todo, un acto criminal y Norberto Rivera tiene por lo menos dos grandes casos: uno el de Nicolás Aguilar, un sacerdote que lo tuvo cuando era obispo en Tehuacán y que violó a muchos niños. Norberto Rivera lo envió a Los Ángeles, donde siguió haciendo lo mismo, violó a más de 90 niños migrantes. Luego lo regresó a México cuando él era arzobispo de la capital del país. Y siguió violando niños en la capital mexicana. Ahí hay un comportamiento que, no solo es de encubrir, sino que permitió que este sanguinario depredador siguiera violando niños.

El otro es el caso de Marcial Maciel. Fue su mentor e hizo todo para encubrirlo, para protegerlo, para ayudarlo en los momentos delicados, ya sea en Roma, en México, con las élites… Entonces el encubrimiento de Norberto Rivera también es un acto criminal y que, independientemente de su edad, le debe a la sociedad una respuesta contundente.

Él se ha lavado las manos diciendo que la iglesia le pedía que hiciera, sin embargo, en términos de justicia secular, él encubrió criminales y, por lo tanto, él es un criminal.

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