Desorden bipolar: la batalla contra uno mismo

Francisco Rodríguez

Patricia está acostada y siente que los ojos le pesan como si llevara días sin dormir. Su cuerpo es un costal muy pesado que nadie mueve, ni ella misma. Una tristeza le carcome, pero no sabe por qué. No quiere ir a trabajar. No puede.

Es 1981 y Patricia tiene 21 años. La energía de una veinteañera parece que se apaga, que no prende. Presenta su incapacidad en el trabajo. Acude con la psicóloga, la tratan. “Usted está enferma pero se puede curar”, le dice la especialista. El diagnóstico es depresión.

Pasan años. Pasan terapias. La depresión llega. Patricia siente como si le faltara una sustancia en la cabeza, siente que algo no hace clic. Se acostumbra a no levantarse de la cama. Una opresión espantosa en el pecho no le permite separarse de la cama. Otro trabajo que pierde, otro trabajo que deja. Todo por su depresión.

Aparece la manía. Patricia se pone a pintar toda la tarde, toda la noche. Son las dos, tres de la mañana y sigue pintando, acelerada, como si de eso dependiera su vida. Siente mucha actividad cerebral, física. Entonces siente un cansancio como si hubiera corrido un maratón. Otra vez cae en depresión.

Su familia tiene miedo, están asustados pero la apoyan. Patricia se casa, tiene dos hijos. La gente le pregunta por qué se deprime, por qué si no le falta nada, si su familia la quiere, que le eche ganas, y Patricia siente como si la culparan. No sabe cómo explicarles que se siente de la patada, que ella no decidió sentirse así, que no puede, caray.

A Patricia le cuesta aceptar su enfermedad. Un día se siente apachurrada, duerme horas y horas. Otro día habla y habla, dice groserías, interrumpe a la gente, no las deja hablar. Ella no se da cuenta, se desconoce.

–Tú eres acelerina –le dice un terapeuta.

En los 90, años después de terapias, de cuadros depresivos y cuadros maniacos, le diagnostican una enfermedad que se estima padece el 5 por ciento de la población: bipolaridad.

BIPOLARIDAD, MÁS FRECUENTE EN MUJERES

Osiris Pazarán Galicia es directora en Torreón del Centro Integral de Salud Mental (Cisame) que recibe mensualmente de 400 a 500 consultas por trastornos mentales. La primera consulta es la esquizofrenia, la segunda la depresión, luego el trastorno bipolar.

Pazarán Galicia tiene un grupo de pacientes con bipolaridad, trastorno más frecuente en mujeres; mujeres, dice la psiquiatra, que muchas veces han tenido una historia de vida impulsiva, de pocos límites, con trastornos afectivos, depresivas, hipomaniacas, muy activas.

En algún momento, la mayoría de las mujeres bipolares, menciona Pazarán, presentan cuadros depresivos importantes, y en algún momento hacen un cuadro maniaco, donde están muy contentas o tienen mucha energía, desinhibidas. “Con un cuadro de esos en tu vida hace un diagnóstico de trastorno bipolar”, dice Pazarán.

Explica que el diagnóstico de una bipolaridad se tiene que hacer de una manera longitudinal, horizontal. “Es un diagnóstico que tardamos en hacerlo 10 años y que ven al menos 2.5 psiquiatras”, menciona la especialista. Es una enfermedad que se investiga, que se analiza no sólo cuántos cuadros depresivos ha hecho el paciente, sino también cuántos cuadros maniacos o hipomaniacos ha tenido, donde la persona pierde el juicio o hace cosas fuera de la lógica.

Fue el caso de la mujer que fue grabada desnuda por las calles de La Laguna y que después fue grabada por policías en los separos municipales. La mujer fue diagnosticada también con bipolaridad con existencia de fuga de ideas.

La psiquiatra explica que actos como la desinhibición son parte de su enfermedad. “Las personas en lugar de pensar que es una enfermedad lo primero que piensan son prejuicios contra una mujer desnuda, la mujer como objeto cación y la ridiculizan”, reclama la especialista. Refiere que una mujer en su lógica no haría esos actos, si lo hace sin razón clara, habría que pensarse que se está enferma.

Pazarán lamenta que para la población no se tenga claro que son enfermedades. En el caso de la mujer que se desnudó, refiere que ella seguramente está en un proceso muy agudo, algo que se llama hipomanía (etapa de actividad exagerada seguida de otra de depresión). “Son los cambios sutiles que van apareciendo en las conductas hasta que viene un cambio fuerte donde ella se expone tan vulnerable”, ahonda.

En el trastorno bipolar hay diferentes fases: tipo 1, 2, 3. Tipo 1 es lo que antes le llamaban psicosis maniaco depresiva que, piensa Pazarán Galicia, pudo tener la mujer que se desnudaba.

La especialista indica que los pacientes bipolares suelen acudir a consulta cuando están en la manía. Dice que hay mujeres que han tenido episodios depresivos en su vida y en algún momento hacen un episodio donde se encuentran llenas de energía, desinhibidas, o muy activas. Existen las recaídas.

A Patricia le sucedió hace cinco años. Fue su último episodio maniaco. Patricia se sentía superwoman, pensaba y hablaba rapidísimo, no se daba cuenta. Se sentía bien, pero tenía mucha actividad, andaba acelerada. Su hermana la aplacó y la llevó al médico.

Así pasa con los pacientes bipolares. Creen que están bien. Patricia no se daba cuenta, hasta que un familiar o alguien cercano le preguntaban qué le ocurría. “Te estás durmiendo toda la tarde o estás hablando mucho”, le advertían. Es cuando reaccionaba y era terrible aceptarlo.

Actualmente Patricia, de 58 años, toma un cuarto de rivotril y el litio. Asegura que tiene sus actividades normales, se siente tranquila y tiene capacidad de escuchar a todos, de reírse de los chistes, de convivir.

Osiris Pazarán comenta que la idea es darle seguimiento al paciente para tener claridad en su diagnóstico, que no tengan recaídas o exacerbación de cuadros. “No se cura, se controla. Eso muchas veces les cuesta afrontar y asumirlo”, explica la psiquiatra.

Comenta que como es un diagnóstico especializado, alguien le puede decir que sólo es depresión y se trata con un tranquilizante. Sin embargo, después andan bien, se pierden y regresan cuando tienen la recaída.

LO ÚNICO QUE HICE FUE SOBREVIVIR

Rocío también inició joven. Tuvo el brote, como le llama, en 1985. Gente a su alrededor comenzó a percatarse de cambios en ella. Rocío empezó a actuar sin saber qué hacía. Caminaba sin dirección por la comunidad donde vivía, como gitana deambulando, sin rumbo. Unos vecinos –narra– se dieron cuenta que tenía un problema de pérdida de la conciencia. La familia la llevó a una clínica y le medicaron tranquilizantes.

Rocío desfiló de una a otra clínica psiquiátrica. “Lo único que hice fue sobrevivir”, platica en el restaurante donde charlamos. “No tenía argumentos para entender mi caso”. En su mente se licuaba una confusión, un ansia que no controlaba. Se aislaba.

Primero la diagnosticaron con esquizofrenia. Un día salió después de media noche de su casa, en pantuflas y piyama. Caminó 20 cuadras hasta la casa de un conocido. Llegó a las dos de la mañana y en su fantasía, se percataba que no eran horas para tocar. Veía oscuro. En piyama y pantuflas, Rocío esperó hasta que llegara el repartidor de periódico y su vecino saliera. Cuando el hombre salió, Rocío le dijo que traía una perra. “Vengo a traerte una perra del mal”, le comentó. Rocío imaginaba que llevaba consigo una perra horrible que entregaría al hombre.

Rocío lo cuenta ahora con la gracia de un niño que hace travesuras. Lo recuerda como si fuera ayer. Pero fue hace un par de décadas. Acumula 30 años de clínicas visitadas, de psicólogos que la atendieron, de psiquiatras, de kilos de pastillas. Rocío tiene 70 años y apenas la psiquiatra Osiris Pazarán la diagnosticó con bipolaridad.

En una ocasión decidió dejar de tomar las pastillas. “Yo ya estoy bien. No tiene caso”, dijo. Entonces los comportamientos erráticos brotaban, como coger el coche y no subir la velocidad a más de 30 kilómetros por hora. “Yo iba en mi pachorra pero no era consciente”, recuerda.

LA LUCHA

Patricia sabe lo que se siente que le digan que está loca, que visita al loquero. Aquello vino en casa, de su mismo esposo. Patricia era la loquita. “Tú estás loca, yo estoy bien”, decía su pareja. El marido no la dejaba ni manejar. “Llegué un día con una indicación del doctor que sí podía manejar, agarró el papel y así como lo agarró lo rompió. El coche lo escondió en casa de su mamá. Me decía que yo estaba loca y él estaba bien, que yo era la culpable y él súper bueno”, platica Patricia.

A la distancia, Patricia lo recuerda como un abuso. La relación terminó por quebrarse y se separó. “Ser diabético o hipertenso es aceptado, pero decir soy bipolar es muy difícil, muy duro”, dice. Se sentía como alguien aparte, como que no era normal.

Rocío lo vivió con sus amistades. Perdió amigas que la veían menos, que la veían débil, que la miraban como si estuviera en otro nivel. El enfermo, dice Rocío, tiene una falta de credibilidad y un problema de confianza hasta con los propios parientes. “Nos segregan”, dice. “No creen que tengamos las posibilidades mentales de proponer algo o de hacernos responsables de algo”, cuenta.

Porque después del diagnóstico sigue la lucha por recuperarse, por convivir en la vida diaria, por insertarse como iguales en la familia, en la sociedad; por conquistar nuevamente la confianza. “Es una lucha titánica”, asegura Rocío.

Sus familiares siempre la han apoyado, pero en más de 30 años de enfermedad ha luchado para que en su misma familia sea tratada como uno más. Hay altas y bajas. También gente que se ha aprovechado, como una enfermera que cuidaba a su mamá que poco a poco le quitaba poder. “Se anula nuestra capacidad. Estamos desempoderadas. Te ponen en una escala de menos cero”.

En 30 años, Rocío sintió que en muchas ocasiones simplemente se recurría a internarla, a darle pastillas e inyectarla. “Eso hace que te sientas apartada, porque te sientes bajo tutela, bajo vigilancia”, comparte.

La psicóloga Alma Mejía, del DIF, considera que muchas veces la familia es el principal obstáculo porque muchas veces se niegan o se rehúsan a aceptarlo. “La familia no quiere reconocer que tiene el padecimiento. Somos evasivos. Pero hay que llevarlo con un especialista, que dé un diagnóstico y a la vez un tratamiento. Así como tenemos un médico de cabecera, deberíamos tener un psicólogo de cabecera”, insiste.

Rocío siempre tuvo el apoyo incondicional de su madre. Siempre pensó que se recuperaría, animosa; nunca aceptó la derrota de su hija Rocío.

Después de tres décadas con la enfermedad, a Rocío no le importa si es bipolaridad o no lo que padece. Su tarea, enfatiza, es no volver a clínicas. Menciona que ha abrazado un proyecto de vida, que es la lucha por el agua y los acuíferos de la región. “No me han impedido que me reintegre a la sociedad”, comenta Rocío, que es licenciada en Comunicación.

DISCAPACIDAD Y FALTA DE INFORMACIÓN

Patricia no recuerda cuántos empleos perdió. Pero ella es parte de una cifra que se conoce poco. En Coahuila, por ejemplo, de 2015 a abril de 2018, 3 mil 527 personas fueron incapacitadas por el Seguro Social debido a un diagnóstico que incluyó las palabras “depresión”, “depresivo”, “tristeza prolongada”, “bipolaridad”, “demencia”, “ansiedad” o “esquizofrenia”, según una respuesta a una solicitud de información hecha por Semanario.

Osiris Pazarán menciona que trastornos como la bipolaridad o la depresión limitan, de allí que sean consideradas como una discapacidad. “La esquizofrenia es evidente, decían mis maestros que es un diagnóstico de camión”, dice Pazarán.

La psicóloga Alma Mejía explica que los trastornos mentales como la depresión o la bipolaridad se consideran una discapacidad porque representa la funcionalidad de la persona, y una persona con un trastorno mental no funciona del todo. “Hablamos de personas funcionales que asistan a un trabajo, a la escuela, que dentro de su círculo social estén sanos. Por eso la necesidad de tratarlos”, ahonda.

Para Osiris Pazarán, directora del Cisame, es necesario proteger a las personas con enfermedades mentales porque es gente frágil, vulnerable y no son payasos, ni delincuentes ni gente para el escarnio.

Pazarán asegura que en México se trata muy mal a los enfermos mentales, empezando por la falta de información. “No hay que criminalizar al enfermo, no hay que ridiculizarlos. Nos falta cultura, capacitación”, comenta.

Para la psicóloga Alma Mejía del DIF, estamos en pañales en temas de trastornos mentales y menciona que debemos estar más abiertos a este tipo de temas. Dice que es importante que un miembro de una familia se convierta en el enlace de fortalecimiento para este tipo de pacientes.

La psicóloga refiere que hay muchísimos casos en los que la paciente pierde a su pareja o familia porque no hubo esa paciencia o esa información para llevar el proceso con su discapacidad.

Patricia menciona que el estigma es espantoso; escuchar que por debajo dicen que estás loquita, cuando, afirma, es una enfermedad que se trata, como la diabetes.

Jesús Alberto Rodríguez, segundo visitador de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Coahuila, menciona que mientras se ha generado una cultura de tolerancia para unas enfermedades o discapacidades, para otras como la bipolaridad o esquizofrenia, falta trabajo.

Rocío resalta la importancia de que la gente conozca sobre el tema. Patricia dice que no son temas de cuestiones sociales o económicas, que le puede pasar a cualquiera. Pide que si la gente desconoce, mejor se calle para no estigmatizar.

Las mujeres con bipolaridad coinciden que hacen falta campañas de información a favor de las personas con enfermedades mentales. Piden no discriminar y crear redes de apoyo de la gente bipolar, pues aseguran que el día de mañana, cualquier hijo o hija puede padecer el trastorno.

DIAGNÓSTICO ESPECIALIZADO

Se analiza cuántos cuadros depresivos ha hecho el paciente y cuántos cuadros maniacos o hipomaniacos ha tenido, en los que la persona pierde el juicio o hace cosas fuera de la lógica. La hipomanía es una etapa de actividad exagerada seguida de otra de depresión.

INCAPACIDAD POR TRASTORNOS MENTALES

En Coahuila, de 2015 a abril de 2018, 3 mil 527 personas fueron incapacitadas por el Seguro Social debido a un diagnóstico que incluyó las palabras “depresión”, “depresivo”, “tristeza prolongada”, “bipolaridad”, “demencia”, “ansiedad” o “esquizofrenia”.

DE LA ACTIVIDAD EXCESIVA A LA DEPRESIÓN

EUFORIA

En algún momento, la mayoría de los pacientes con bipolaridad presentan un cuadro maniaco, en el que están muy contentos o tienen mucha energía, desinhibidos.

DESOLACIÓN

En otros momentos presentan cuadros depresivos importantes, una tristeza que carcome, un vacío inexplicable que provoca que los pacientes no puedan ni levantarse.

ESTIGMA

Los pacientes escuchan a otras personas que por debajo dicen «estás loquita» y los aíslan; especialistas afirman que es una enfermedad que se trata, como la diabetes.

Publicado en Vanguardia

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