Vendedores ambulantes de Culiacán se resisten a refugiarse en su casa

Irene Medrano Villanueva

¡Llegaron los tamales…tamales de carboneras! el grito rompe el silencio de la colonia. Ni un alma se asoma, apenas se aleja el anunciante, se escucha otra oferta: tomate a diez pesos y más adelante se oye el lamento de la flauta del afilador que ofrece sus servicios.

Estos seres humanos al igual que otros que pululan por una ciudad semi desierta atendiendo el quédate en tu casa, no pueden atender este llamado porque si no trabajan simplemente no comen.

La situación que viven estos sinaloenses forman parte de los trabajadores de toda la república.

Las estadísticas oficiales aseguran que 56.2% de la población ocupada labora en el sector informal, como trabajadoras domésticas, comerciantes ambulantes, taxistas, albañiles.

La angustia se ve en los rostros de los vendedores ambulantes, no saben qué hacer: arriesgarse o irse a su hogar.

“Mi cabeza está en un gran aprieto, las noticias son muy feas, yo ya no veo nada de eso del coronavirus para no angustiarme, pero no sé qué hacer, traigo agua y jabón y a cada rato me lavo mis manos, pero tengo miedo de llegar a mi casa y contagiar a mis hijos, yo ya voy de salida y ellos apenas empiezan a vivir”, señala la señora Margarita Olivas que empuja un carrito donde porta trapeadores, escobas, etc.

Al preguntarle cuánto gana, eludió contestar y su rostro se ensombreció al advertir que las ventas han bajado, pese a que ahora entra más temprano para ver si la gente sale a comprarle. Normalmente empieza su labor a las ocho y termina a las cuatro de la tarde.

“Si descanso, no voy a llevar dinero a la casa, soy la única que sostiene a tres hijos, mi marido nos abandonó. Mis plebes tienen diez, ocho y seis años”, lamenta.

Juan Castillo, tiene 62 años, ofrece sus servicios de afilar cuchillos, tijeras, dice que su oficio lo aprendió en Puebla y que tiene más de 30 años desempeñando este trabajo y no tiene ninguna prestación social.

“Por las noches no duermo pensando que vamos a hacer mi mujer y mis dos nietecitos; ahora parece que gano un poquito más porque la gente está en sus casas, pero tienen temor de asomarse, pero así con miedo y todo, sin querer me están ayudando un poquito; ojalá las autoridades no nos vayan a retirar de nuestro trabajo”, indica.

Dice que aprovechando las circunstancias, él se ofrece a hacer mandados,

“Les digo guardando las distancias, yo le traigo lo que quiera y me da una propina. Algunas señoras aceptan, los más difíciles son los maridos, uno hasta me corrió porque les podía pegar la enfermedad”, indica.

Asegura que él no sabe de los cuidados que está recomendando las autoridades, pero que él se lava constantemente las manos.

“Traigo una tejita de jabón en mi bolsa, donde hay agua en los camellones, o en algunas casas que tienen llaves en la calle, aprovecho. Llego a casa, me lavo desde la cabeza hasta medio cuerpo en la llave que está bajo un árbol, luego me quito la ropa y mi mujer la lava al día siguiente, todo por proteger a los niños”, indicó.

Otros vendedores establecidos informaron que para seguir trabajando, tuvieron que despedir a quienes les ayudaban y ahora ellos solos se arriesgan a diario “sólo con la bendición de Dios estamos sorteando el contagio”.

Publicado en El Sol de Sinaloa/ Café Negro Portal

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